Dia 1
La Koutubia |
Entrada del laberinto |
Volver a Marrakech es volver a sentir, en mi caso, los aromas
y esencias de mi infancia, donde crecí entre el olor del batbout recién hecho y
el sabor de las especias morunas que condimentan prácticamente todo lo que se
cocina. Llegar de noche a Marrakech es sentir la agitación de una ciudad que
empieza a recogerse antes de que la oscuridad lo envuelva casi todo. Animales
con carga, pequeñas motos y otros vehículos van de aquí para allá, también entre
las callejuelas del bazar, para llegar a casa y prepararse para la siguiente jornada.
Nosotros (el grupo de amigos que emprendemos esta andadura) nos dirigimos por ese
laberinto a nuestro Riad, siguiendo de cerca a nuestras maletas, cargadas en un
trasportín.
Al principio haces el esfuerzo de tratar de mantener referencias,
por si tuvieras que salir de allí por tus medios, pero después de varios giros
te das cuenta que solo los habitantes del bazar pueden moverse por allí con la
confianza que da no perderse. Yo ya iba pensando en cómo me las arreglaría la
mañana siguiente cuando saliera a correr antes del amanecer.
Kasbah de Ait Benhaddou |
Y pasadas unas horas, allí estábamos mi amigo Alfonso y yo con las zapatillas, dispuestos a visitar Marrakech corriendo. Desde que pones un pie en el laberinto, sientes la inquietud de que puedes perderte. De que vas a perderte. Después de cada giro, tratas de memorizar un mapa en tu cabeza que te permita volver a casa seguro. En unos minutos salimos de allí para concurrir a avenidas más amplias que nos llevaron a la plaza Djeema el Fna, que ya estaba desperezándose. Aún no había sacamuelas, ni encantadores de serpientes, pero toda una caterva de personajes pululaban por allí buscando su lugar en ese increíble ecosistema. Y desde allí, se alcanza a ver la magnífica Koutubia, hermana pequeña y más austera que la Giralda. A lo largo de nuestra carrera pudimos ver el reflejo del amanecer en una de las caras de la extraordinaria torre, con el duende especial que siempre tiene una alborada en un lugar tan exótico.
Gargantas del Todra |
Dia 2
Después de un bonito paseo por Marrakech, nos dirigimos en coche hacia el sur, hacia un lugar mágico: la Kasbah de Ait Benhaddou, lugar Patrimonio de la Humanidad. Pero antes hay que cruzar el Atlas pasando por diversos paisajes, de gran belleza. Llegamos prácticamente de noche, en penumbra. Íbamos a alojarnos en la misma Kasbah, para lo cual hay que cruzar el río Asif Ounila. Ver, detrás del río, las impresionantes torres de la Kasbah, en penumbra, levantadas en medio de la nada, sin apenas una luz artificial, y bajo un cielo totalmente raso y lleno de estrellas es, posiblemente, una de las imágenes que nunca olvidaré en mi vida. Acercarte de noche a ese castillo de arena (consolidada en forma adobe, pero al cabo arena), sobrecoge y te devuelve de pronto tu herencia genética que te hace desconfiar de la noche y buscar asilo entre paredes protectoras. En la Kasbah no hay luz eléctrica en los alojamientos de adobe, y la luz de las velas proyectándose en las pequeñas bóvedas de los habitáculos en los que íbamos a dormir, nos traslada de golpe a épocas donde a nadie le preocupaba dónde se puede cargar la batería de un teléfono móvil. Esa cena a la luz de las velas y esa visión desde la terraza del cielo estrellado será muy difícil de olvidar.
Lago Dayet Sri |
Había que salir a correr antes de que amaneciera. Y así lo hicimos Alfonso y yo. Cuidando nuestros tobillos mientras cruzábamos sobre guijarros las riberas del río, y el propio rio, para correr unos kilómetros por aquellos parajes. Volvimos con el amanecer cubriendo de luz la Kasbah, y la visión que habíamos tenido la noche anterior, la reemplazamos por otra donde ahora el oscuro espectro que recortaba el cielo se convirtió en fabuloso castillo rojo iluminado por un tímido sol que aparecía en el horizonte para descubrirnos esta maravilla hecha por el hombre.
Ahora se comprende cómo tantos directores de cine durante tantos años, han elegido este entorno para rodar películas como Lawrence de Arabia, La Momia, Jesus de Nazareth, Gladiator, Juego de tronos y Alejandro Magno entre tantas otras.
Con la nostalgia de dejar un lugar único, iniciamos viaje hacia el desierto, en Merzouga. Pero antes visitamos la Kasbah de Ouarzazate (donde un simpático bereber desdentado que se llama Idris nos hizo muy amena la visita, ilustrándonos además de una gran sabiduría popular: “la prisa mata y la pachorra remata”; grande Idris) y los estudios de cine donde se conservan muchos decorados de películas ya clásicas.
El camino es largo, pero el cambiante paisaje permite llenar la mochila de sensaciones con numerosas escenas que nos nutren la imaginación y nos permiten reemplazar problemas por sueños. Y en ese camino nos encontramos de nuevo otro enclave espectacular: las gargantas del Todra y el palmeral de Tinehir. Kilómetros y kilómetros de palmeras, antes de llegar al gran cañon de Todra. Sencillamente espectacular. Un cañón que se visita desde el cauce del río, entre paredes de más de cien metros de altura y totalmente verticales. Nuestro viaje no deja de sorprendernos, en cada momento, con imágenes cada vez más impactantes y únicas.
Día 3
Después de un buen paseo por las gargantas del Todra, nos dirigimos, ahora si, al desierto de Merzouga. En un tramo del camino, cerca y del destino final atravesamos un pueblo (¿Erfoud?¿Risani?) donde la tradición islámica parece haber tomado una gran fuerza y no se veía una mujer por la calle sin ir totalmente cubierta de una túnica negra que apenas permitía ver los ojos. Con la noche caída y después de atravesar una pista de varios kilómetros, llegamos al hotel-Riad Bahía, anclado al borde de las dunas. Allí, después de cenar, volvimos a disfrutar del espectáculo de un cielo estrellado, visto desde la dunas del desierto en medio de una oscuridad total, algo que los que vivimos en una gran ciudad no tenemos muchas oportunidades de experimentar.
A la mañana siguiente, era obligatorio correr por el desierto y ver amanecer. Para ello Alfonso y yo aprovechamos la pista de arena pisada que unía la carretera con el Riad, de varios kilómetros. En un ambiente más húmedo y fresco de lo que esperábamos, corrimos casi en medio de la nada, tan solo interrumpida por algún que otro proyecto de Riad y algún enclave que servía de corral de dromedarios.
Macacos en el bosque de Cedros en Ifrane |
Mercado en Fez |
Pasamos el día en el entorno de Merzouga con una excursión en 4x4 que nos llevó a un oasis, donde en medio del desierto se cultivan todo tipo de hortalizas y también al Lago Dayet Sri, que proporciona otro bonito contraste con las dunas anaranjadas. En el lago tuvimos la ocasión de ver flamencos, los mismos que, posiblemente, pasen el verano en las Tablas de Daimiel. Comimos un fantástico pollo a la moruna en un pequeño poblado donde un grupo bereber nos “amenizó” con unos cánticos y danzas locales.
Dia 4
Al avanzar la tarde volvimos al Riad, donde en sus inmediaciones nos tenían preparado otro de los momentos inolvidables del viaje. En tan solo tres días, ya almacenábamos una inmensa cantidad de experiencias únicas, tantas que parecía imposible abordar algo nuevo que superara o igualara ese cúmulo de experiencias vividas. Pero allí estaban, a las 6 de la tarde, con un cielo totalmente despejado, un buen grupo de dromedarios junto sus camelleros, dispuestos a darnos un buen paseo por las dunas del desierto.Riad en Fez |
Superado el recelo que supone subir a un animal tan alto y de reacciones aparentemente tan inesperadas, allí nos encaramamos con el mejor de los espíritus, y dispuestos a adentrarnos en las dunas de Merzouga. Al principio aferrados a la montura, pero poco a poco, con la confianza que da la poca experiencia que vas desarrollando en el papel de jinete de dromedario, soltándonos y disfrutando del paseo entre esas inolvidables dunas de color naranja y de arena finísima. En un determinado momento, después de más de media hora de travesía, desmontamos para poner pie en arena, y desde allí subir a la parte más alta de las dunas que nos rodeaban. Fue una experiencia costosa, ya que escalar sobre arena fina más de 100 metros supone un considerable esfuerzo, pero llegar a cima nos dio, una vez más, un regalo a la vista difícil de olvidar. Ver el sol cayendo entre el infinito de arena, en contraste con un cielo limpio y raso. Otra imagen increíble para almacenar en el recuerdo.
Madrasa |
Al día siguiente, cambiamos la carrera para ver el amanecer desde las dunas.
Dejamos atrás el desierto, con cierta nostalgia por dejar atrás tanta belleza, pero el camino hacia nuestro último destino era largo. Al final del día debíamos llegar a la ciudad santa de Fez. Y otra vez en el camino, los paisajes, los contrastes. Otra vez cruzamos el Atlas, donde nos encontramos el bosque de Ifrane, bosque de Cedros y poblado de macacos que se acercan a la carretera para buscar comida. Otra vez nos sorprende Marruecos con un paisaje más propio del Tirol, especialmente al llegar a la ciudad, donde las casas parecen sacadas de una montaña centroeuropea y donde encontramos una estación de ski.
Y aun nos queda conocer Fez.
Dia 5
Fez, desde Les Merinides |
Llegamos a Fez, también, anocheciendo. Después de unos días
en los que nos hemos movido por un entorno más que rural, se hace algo raro
entrar en una gran ciudad. Callejeando hasta llegar cerca del Riad, se
vislumbra una ciudad especial. Nos dejan, igual que en Marrakech, en una calle
medianamente ancha por no poder acceder a la calle peatonal donde se encuentra
nuestro alojamiento. Por el camino, el bullicio de un mercado que me lleva otra
vez al mercado de Nador cuando yo era un niño: fritangas, animales vivos, ropa,
cacharros,… y una mezquita, y en medio del caos, desde una puerta que no deja
entrever nada, y al más puro estilo árabe, un Riad con un patio enorme precioso.
Entrada palacio real |
A la mañana siguiente, antes de sumergirnos en Fez, Alfonso y yo
recorrimos una parte de la ciudad corriendo. Y vimos, por quinta vez, amanecer
en Marruecos. Esta vez desde la Avenida Les Merinides, donde hay un mirador
desde el que disfrutar de una de las mejores vistas de la ciudad. Bordeando el
Palacio Real, cosas de Marruecos, una banda de perros asilvestrados, que
campaban en un pequeño parque, se me tiraron con ánimo de morderme. Todo acabó
en susto, y llegamos al Riad sanos y salvos.
En nuestro último día en Marruecos, visitamos parte de Fez, la ciudad santa. Los curtidores, la
medina (más grande de Marruecos), el barrio judío, una madrasa,… lo hicimos con
la sensación del que saborea la parte final de un dulce que se acaba... Fez,
fue el broche de oro de un viaje fantástico, donde todo fue perfecto y del que
será difícil olvidar tantos grandes momentos.
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