Un año más toca hacer balance de la Maratón de Madrid. Este
año, un día de perros que nos llevó a todos los que acabamos a la épica, ha
hecho que muchos posibles fallos de organización hayan quedado en segundo plano
y que todo el protagonismo se lo haya llevado la lluvia y su efecto
multiplicador sobre la felicidad que se siente al acabar un maratón. El pasado
domingo, cuando cruzamos la meta, fue tan grande la sensación de haber
culminado algo especial, que nuestra capacidad de sentirnos felices, se
engrandeció y nos anestesió cualquier recuerdo negativo más allá de la lluvia y
el frío.
Pero pasado unos días, conviene hacer balance, y recordar
las cosas que han mejorado y también aquellas cosas que están muy lejos todavía
de ser como se merece este maratón, por sus corredores, sus voluntarios y su
público.
Empecemos por la feria del corredor. Las redes sociales se
incendiaron, con razón, entre otras cosas por una organización que
sistemáticamente tira balones fuera enfrente de cualquier problema. No es de
recibo que personas que vinieron de largos viajes tuvieran que esperar hasta
cuatro horas para entrar a la feria y recoger el dorsal. No hay excusas. La
organización no supo reaccionar y evitar el desastre, quizás provocado por un
exceso de celo de la seguridad del recinto. La mala imagen de la ciudad se la
llevaron miles de personas, y no hay que buscar culpables más allá de los que
“son los amos”.
Los cajones de salida. Un año más, algo que figura en la
publicidad no se sabe para qué. Ante la desesperación de todos los que corren
buscando hacer una marca personal, los cajones, sin prácticamente ningún
control de entrada, eran invadidos por corredores de cualquier nivel que, por
motivos que me siguen sorprendiendo, se empeñan en situarse en situaciones que
no merecen provocando colapsos en el discurrir del arranque de la carrera.
Obviamente los primero culpables son todos esos corre-cutres que no saben
comportarse, pero un buen control de entrada a los cajones evitaría el caos que
se produce. Y eso se arregla con unos pocos voluntarios más.
Los voluntarios. Son excepcionales, meritorios y no hay
palabras suficientes para agradecerles su entrega. Pero muchos (algunos) de
ellos, no ejercen bien su función, porque la organización, responsables, no les
explica lo que deben hacer en cada puesto. Especialmente en dos puntos. Y de
estos dos, sobre todo en uno. La entrega de dorsales y la llegada a meta. Para
muchos corredores, sobre todo primerizos, los que vienen de lejos, etc., la
recogida del dorsal es un momento especial. Los voluntarios de esos mostradores
deben ser especialmente cariñosos con los corredores. Si no, pónganse en otro
lugar. Y eso debe ocurrir especialmente en meta. Después de correr una maratón,
al llegar a meta, se agradece una sonrisa, una felicitación. No que te pongan
de cualquier manera la medalla y te ‘tiren’ el plástico térmico. En esto
debiéramos aprender de las maratones de EE.UU. Al llegar a meta, los
voluntarios, todos, estén donde estén, te hacen sentir especial, como si fueras
un héroe. Según vas andando, no hay un metro donde alguien no te diga una
palabra amable. El domingo pasado, la zona de meta era desoladora (y yo entré
por debajo de 3.20, imagino lo debió ser una o dos horas después). Hay que dar a los voluntarios unas mínimas
claves de trabajo, especialmente en estos dos puntos.
Seguimos con dos carreras a la vez (media maratón y maratón)
que no beneficia nada a los maratonianos, que debieran ser los principales
protagonistas. Se arreglaría con una salida de la media maratón una o dos horas
después, pero claro, eso acabaría con la gran mentira de que “corren la maratón
30000 personas” y la tan buscada foto (por parte de la organización) de una
Castellana llena de corredores.
Muchas cosas se hacen bien (este año el ropero, la atención
médica,…). Pero este maratón se merece más.
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