Cuando mis amigos Pablo y Valen nos invitaron a su boda en Módica, Sicilia, y empecé a planificar el viaje, mis conocimientos sobre la isla rayaban los estereotipos y sitios más conocidos: la tierra de la mafia y la pizza, el volcán Etna, algunas ruinas,… Cuando llegué a Sicilia, algunos estereotipos se confirmaron (la manera de conducir siciliana no dista mucho de cómo la había imaginado) pero muchos otros se destruyeron al encontrarme un mundo muy distinto al esperado. Los sicilianos son encantadores, algo que corroboré al conocer a la familia de Valen. No sé por qué pensaba que el carácter hosco que a veces presentan algunos isleños de otras latitudes iba a ser la característica de los sicilianos, pero no es lo que me he encontrado. Al vincular Sicilia con la parte más al sur de Italia, pensaba encontrarme unos pueblos al estilo de los pueblos andaluces, blancos, encalados. Y esta quizás ha sido mi mayor sorpresa. Las ciudades son de piedra, una piedra caliza ocre que adquiere su mejor tonalidad al atardecer (como bien indican algunas guías). No son ciudades blancas y en algún caso me recordaron ciudades históricas castellanas o extremeñas, más que a la Andalucía blanca. Módica, en el corazón de la llamada Sicilia barroca, está en una comarca donde muchas de sus ciudades, cada una de ellas, son una joya del barroco más característico. Ciudades de tamaño medio con cientos de palacios, docenas de iglesias, y en la mayoría de los casos dos catedrales. Muchas de las ciudades, enclavadas en lo alto de una montaña o a lo largo de una garganta, se dividen en una “parte alta” y una “parte baja”, cada una con su Duomo. Se nota que fue un lugar esplendoroso y en una parte amplia de su historia. Hoy muchos palacios están abandonados, otros restaurados y utilizados como hotel o restaurante, pero el derroche arquitectónico en el más puro estilo barroco es apabullante. En algunos casos, en ciudades costeras, como Siracusa, se mezclan los colores ocres de los edificios con el azul intenso del mar. En tres días visitamos cinco ciudades: Siracusa, Ragusa, Módica, Scicli y Noto, todas ellas ciudades Patrimonio de la Humanidad. Además tuvimos tiempo de pasear por algunas de las bonitas playas, comer mucha pizza y buena pasta, saborear muchos granizados de limón, almendra o fresa y acompañar a Pablo y Valen en el día de su boda, pero esto es otra historia.
Claro que mis zapatillas viajaron conmigo a Sicilia. Esta vez no fue fácil encontrar un hueco para correr, pero al menos dos días pude salir. El problema era encontrar un recorrido en Módica que fuera algo plano, lo cual fue imposible. Al final no me quedó más remedio que correr hacia arriba y hacia abajo. Cogí la carretera dirección Ragusa (correr por la ciudad era prácticamente imposible, no solo por la gente que pasea sino por la propia orografía de las calles) e hice cuatro kilómetros hacia arriba y luego cuatro kilómetros de vuelta hacia abajo, para terminar con un pequeño recorrido urbano por la calle Umberto I (donde está el Duomo) hasta el ayuntamiento. Aproximadamente a dos kilómetros fuera del pueblo, se tiene una de las mejores vistas de la ciudad, que tuve la suerte de ver al anochecer, cuando la suave luz del sol tuesta el ocre de los edificios para hacerlos color pastel.
4 comentarios:
Qué bonito lugar!nunca viajas sin tus zapatillas, jeje. Un beso y a seguir disfrutando
Buenas,
Muy llano no parece no....jejeje
Me he dado un vuelta por tu blog y por todos tus maratones...
Saludos de un nuevo seguidor!
Gracias Celina y Edu, bienvenido...
Buen lugar que espero conocer algún día, aunque yo en mis vacas no suelo llevar las zapas, las dejo al cuidado de la casa, je je.
Salu2
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