

Capitulo 1. El viaje.
Como en todos los viajes a EE.UU. desde Madrid, hay que personarse en el aeropuerto bastante antes de la hora de embarque, para poder cumplir con todos los requisitos de seguridad (que más bien debiéramos llamarlos requisitos de incomodidad, porque me cuesta creer que todo el paripé que se hace contribuya a mejorar en nada la seguridad). Para colmo se anuncia un retraso en el vuelo de más de hora y media.


A falta de unos minutos para embarcar, decido pinzarme con fuerza la nariz, sin ningún tipo de compresa en su interior. Aprieto con fuerza durante algunos minutos. Con la otra mano preparo una compresa de menor tamaño para que no fuera muy llamativa, suelto la otra mano y me la meto en la nariz. EL aspecto es parecido al de un algodón que me hubieran puesto en un servicio sanitario. Preparo en mi bolsillo material para reponer la compresa y me dirijo, con paso firme y erguido al control de seguridad. ¿Ha resuelto el asunto?¿Le han atendido?. MI respuesta es “si, ya está resuelto, me han atendido perfectamente”. Y me dirijo a la cola de embarque, donde mi hermana espera nerviosa. Me mira y pregunta, ¿te han atendido?. En voz baja le explico lo ocurrido y le digo que en cuanto empiece a aparecer color rojo por la base del tapón que llevo, me lo diga para hacer un rápido cambio y poder, al menos, subir al avión. Milagrosamente, la compresa permaneció blanca. La hemorragia se había parado en el último minuto. AL entrar, la sobrecargo del vuelo, enterada de la situación, me vuelve a preguntar por la atención médica. “Todo perfecto”, contesto. A mí no me bajan ya de ese avión de ninguna manera.
Durante la comida, para completar el cuadro de una nariz totalmente hinchada, me eché encima un vaso entero de agua, por lo que una horas más tarde entré en los Estado Unidos como si me hubiera meado. En fin, empezando así el viaje, las cosas a partir de entonces solo podían mejorar. Y así fue, porque por primera vez en mi vida, después de numerosos viajes a EE.UU. la operación inmigración-aduana.equipajes, duró escasamente media hora (en mi último viaje a Washington fueron casi tres horas).
Capítulo 2. Boston, los bostonianos y la maratón de Boston.
Dicen de Boston que es la ciudad más europea de EE.UU. Y es verdad, aunque habría que decir que es la ciudad más británica de EE.UU. Boston recuerda a algunos barrios de Londres, donde hay esas casas que tan bien han sido utilizadas en el cine y la televisión para reproducir la sociedad victoriana con los mundos paralelos de “arriba y abajo”. Las calles tienen nombre, no números, y aceras por las que se puede pasear. Boston recuerda a tantas ciudades británicas pequeñas con ambiente de pueblo, con muchos árboles que están en flor. Pero Boston no deja de ser una ciudad de EE.UU, con su señalización característica, sus rascacielos en la zona más financiera. Boston es además, Cambridge, con la Universidad de Harvard, con el MIT, con el río Charles. Boston es una ciudad limpia, donde todo, incluso los edificios más antiguos, parecen que están nuevos. Ciudad amable, por la que se puede pasear. Con rincones típicos (algunos inmortalizados por el cine o la televisión), lugares comunes,... Una ciudad amigable.
Los bostonianos son, la mayoría, blancos anglosajones (católicos o protestantes). Son gente muy educada y amable. Cuando algo sucede una vez, puede ser casualidad; cuando sucede varias, ya se puede considerar pauta. Si te paras a hacer una foto, alguien te pregunta si quieres que te la haga; si te paras a consultar un plano, alguien te pregunta si te puede ayudar a encontrar un punto de interés,… Los peatones cruzan las calles, en muchas ocasiones en rojo, y en otra por lugares donde, a priori, no se puede; los coches, los automovilistas, no solo no pitan e increpan a los osados, sino que esperan pacientemente a que crucen la calle.
Y los bostonianos se vuelcan con su maratón. Saben que es un acontecimiento deportivo popular de importancia mundial. Toda la ciudad vive para la maratón. EN restaurantes y tiendas se da la bienvenida a los corredores. SI alguien descubre que vas a correr la maratón, te trata como si fueras un héroe, o un deportista de élite. Y todo el mundo sabe lo que es una maratón, es decir, mucho más que una carrera de mucha exigencia de más de 26 millas. Y los bostonianos asumen las incomodidades que supone una maratón de esta envergadura (casi treinta mil corredores) en su ciudad, porque los bostonianos aman las tradiciones, y esta carrera, que este año cumple 114 años, es una tradición que se corra el `Patriots day’, fiesta en Massachusetts todos los años el tercer lunes de abril. Todo el mundo en Boston sabe que el lunes que se celebra la fiesta del Patriota, se corre la Maratón. A todas horas se ven bostonianos corriendo por la calle: jóvenes, mayores, hombres, mujeres, con lluvia, con frío, con sol,…. Se ve que aquí, el correr, es algo que se lleva dentro. También es verdad que la ciudad tiene recorridos idílicos para correr y que el resto de ciudadanos respetan a los que corren por la calle.
Capítulo 3. La feria del corredor.
Se podría describir solo con el apelativo “impresionante”, pero no se haría justicia. Perfectamente organizada la entrega de dorsales, bolsa del corredor con opción de probarte la camiseta, puestos de información, cientos de voluntarios al servicio del corredor y sus dudas. Trato amable y exquisito. Y una feria enorme de productos vinculados con el “running” (zapatillas, ropa, productos para mejorar rendimiento, publicaciones, alimentación,….. hasta algún stand de coches). Con precios y ofertas atractivas, de todas las marcas imaginables. Con saldos. Regalos. Productos oficiales de la maratón (algo caros). UN porcentaje muy alto de corredores se compra la sudadera o el chubasquero oficial y lo lleva con orgullo por toda la ciudad, dando un colorido característico (azul). Cientos de ‘stands’. Salí de allí con mi dorsal y bolsa del corredor, algunos regalos… y con dos pares de zapatillas que me costaron, las dos, un treinta por ciento menos que un solo par en España...
Capítulo 4. Los prolegómenos.
Son las 5.15 am. Casi 5 horas antes de la carrera. Suena el despertador, aunque yo ya llevo un buen rato despierto. Entre el cambio horario, los nervios típicos previos a una Maratón, no se puede decir que hay dormido mucho. Me levanto a desayunar y prepararme (ropa, zapatillas, chip, vaselina, esparadrapos, gps, gafas de sol, gorra,… ¿Me falta algo?. Repaso mentalmente todo. Camisetas para tirar, ropa seca para la llegada,…
5.45 Me dirijo al metro para ir hacia Boston Common, lugar desde el que salen los autobuses hacia la salida de la maratón: Hopkinton, pequeño pueblo desde el que hace 114 años sale la maratón de Boston. Los de la primera oleada (hay dos oleadas) tenemos que estar allí sobre las 6-6.30. Como no se qué problemas se me pueden presentar, por si acaso, salgo con tiempo. Llego en unos quince minutos y todo está perfectamente organizado. Muchos voluntarios organizando a los corredores.
6.00 horas. Faltan cuatro horas para que arranque la carrera y estoy en un aun ‘schoolbus’ amarillo, de esos que salen en las películas. El autobús sale hacia Hopkinton, donde llegamos en una hora. Hopkinton es un pequeño pueblo de casas aisladas, unifamiliares, de esos que se ven con frecuencia en las películas americanas. Todo es como de película. Paisaje verde, porches, banderas,…
9.00 horas. Una veterana corredora en Boston me pregunta “¿en qué oleada sales?”. “En la primera”. “Pues yo de ti me iría moviendo”. Y tenía razón. Recojo mi tenderete y me voy hacia los ‘autobuses guardarropa’ (los mismos schoolbus que nos trajeron’. Otra vez perfecta la organización. Antes otra vez al servicio (ya empieza a haber grandes colas). A falta de 40 minutos para salir, tengo que decidir qué ropa llevar en la carrera. Me decanto por una camiseta de manga larga y sobre ella una de tiras con el dorsal (y una pequeña banderita española). Me quedo con otras dos camisetas puestas (hace bastante frío) para tirar en el último momento y el chubasquero de plástico. Cojo las gafas de sol y la gorra. Me dirijo hacia el corral número 13 (mi dorsal es el 12600), que está a diez minutos andando. AL llegar a la zona de corrales, última parada técnica en los servicios de campaña, esta vez con más tiempo de espera. AL final entro en el corral quince minutos antes de las 10.00. No fue malo el consejo de la veterana.
9.45. Quince minutos para la salida. Nervios, risas,… pero bastante menos bullicio que en las maratones españolas, donde es típico que la gente empiece a gritar o silbar. A cinco minutos, pasan dos aviones de combate en homenaje a los que corremos. Se canta en directo el himno nacional de estados unidos. Silencio sepulcral. Muchos cantan. Todos se llevan la mano al pecho. La ropa sobrante se recoge de forma ordenada (en Europa empiezan a volar las camisetas en todas las direcciones)
10.00 A varios cientos de metros se da la salida, y todos empezamos a andar. Pasados casi 9 minutos, paso por la alfombrilla de control y empiezo a correr.
Capítulo 5. La carrera.
Se arranca cuesta abajo, por lo que salimos bastantes lanzados. Luego, pese a una pendiente total descendente, la carrera es un continuo tobogán. Después de medio kilómetro, cientos de corredores hacen la primera parada técnica para desaguar. Y empieza el espectáculo. Desde el km 0 no hay prácticamente un metro de carrera sin público animando, especialmente en las entradas y salidas de los pueblos por los que se pasa, incluso en mitad del campo. A la salida de Hopkinton el griterío es ensordecedor. Gritos de ‘tu puedes hacerlo’, ‘animo’, ‘adelante’, ‘Boston está ahí’,… impresionante, y todo el rato así. Familias enteras en la calle, con sus sillitas y mesas de camping, dispuestos a echar toda la mañana viendo pasar la carrera. Muchos llevan su avituallamiento privado, agua, naranjas cortadas, plátanos,…
Y qué decir del recorrido. Se va pasando por distintos pueblos, a cual más bonito (Ashland, Framingham, Natick, Wellesley, Newton). Se cruzan por las ‘main street’: ayuntamiento, iglesia, departamento de bomberos, escuela, siempre abarrotadas de público animando de forma incansable. Cuando no se atraviesa un pueblo, se discurre por paisajes preciosos, de bosque, lagos,… Y siempre gente animando. En las zonas donde hay más personas, el ruido llega a ser ensordecedor. Muy al comienzo de la carrera conocí a María José, una madrileña que corría a un ritmo parecido al mío, y corrimos juntos hasta el km 30, donde una vez comprobé que andaba bien, intenté lanzarme a mejorar mi tiempo.
Cada cinco kilómetros (por cierto, la carrera está marcada en millas y en kilómetros, todo un detalle para los no-norteamericanos) hay una alfombrilla de control, por lo que tus amigos pueden ver por internet cómo vas (en algunos lugares hay webcams que retransmiten en directo toda la carrera por internet). En el km 20 un punto más de control, y un lugar con tradición en la carrera. Las residentes del colegio mayor de señoritas de Wellesley configuran el conocido y tradicional ‘scream tunnel’. Es decir, se desparraman a lo largo de todo un km con carteles donde, de forma individualizada dicen “Kiss me, I am from…” ó “Kiss me, I am a senior”, “Kiss me, I am sophomor”,… “Our energy for your kiss”. Es tradición parar a besarlas,… y yo soy fiel a las tradiciones. Las paradas (fueron cuatro) en el ‘scream tunnel’ me hicieron perder un minuto, pero como me dijo mi compañera de carrera “¿cuando se iba a repetir una situación así?”.

La segunda media maratón comienza con cierta dureza, especialmente por culpa de tres cuestas de cierta envergadura. La primera, a la altura del km 26 y la última, el famoso ‘breakheart hill’, que acaba en el km 33. AL final del ‘breakheart hill’ está la Televisión, para grabar los caretos del personal dejándose el resuello. La animación allí, punto supuestamente duro, es especialmente intensa. Superado este punto, la carrera discurre razonablemente cuesta abajo por lo que al final se puede acabar con dignidad. A esta zona ya llega el metro de Boston, y la gente animando, que hasta entonces era muy numerosa, se multiplica… Los toboganes del comienzo y estas tres cuestas a la altura del llamado muro, hacen que la maratón de Boston tenga cierta fama de ‘dura’. Quizás lo sea comparada con una maratón plana, pero nada que ver con Madrid. Hacia el km 40, un equipo sanitario estaba reanimando a un corredor de una parada cardiovascular; luego me he enterado que se recuperó.
La entrada al centro de Boston es sublime. Se entra desde el oeste, y al final se va paralelo al río, por la Commonwealth Av. y se acaba en Boylston St. Entrar en una meta de una gran maratón, con tanta gente animándote, es una sensación única.
Y cruzas la línea de meta… y vuelves a sentir el calor de los bostonianos, de una ciudad volcada con su maratón. AL llegar te miman. Te van dando cosas (agua, isotónicas, un platano, una bolsa con más comida,…). Cada voluntario, voluntaria te sonríe y te dice “buen trabajo”, o “bien hecho”, “enhorabuena”. Te muestran su admiración y te transmiten cariño. Te sientes único. Y te cuelgan la medalla que acredita que has acabado la Maratón de Boston (¡mi primera Major!). Te ponen una manta térmica sobre los hombros (te la ponen, ¿eh?), te la fijan para que no se te caiga. Más palabras cariñosas.
Y vas andando la senda final hacia el guardarropa, saboreando lo que acaba de ocurrir. Te duelen las piernas, pero como decía un cartel en mitad del ‘breakheart hill’: “el dolor es pasajero, el orgullo para siempre”.
Recojo mi ropa, me encuentro con mi hermana y nos vamos a casa.
Horas después, volvimos a pasear por la zona de la meta. AL igual que el resto de corredores, salí con mi medalla al cuello (eso nunca lo había hecho antes). Casi todas las personas con las que te cruzas, te sonríen y te felicitan… Y presenciamos la esencia de lo que es esta maratón y esta ciudad. AL haber pasado ya las 6 horas reglamentarias, la organización ya había recogido el tinglado, solo quedaba el arco de meta. Pero seguían llegando corredores, ahora uno, después de unos segundos un grupo de tres, luego dos, …, sin foto oficial, sin medalla, sin manta, sin agua,… Y seguía habiendo gente animándoles. Y la ciudad aun les mantenía el tráfico cortado. Después de ocho hora y media, entró la última corredora. Era una mujer muy mayor, con el pelo totalmente blanco, casi andando. Literalmente agotada. Detrás llevaba un coche de policía protegiéndola. A su lado un voluntario cuidando de ella. Me sumé al pequeño grupo que aun animaba. EN la meta había una cámara de televisión esperando para entrevistarla. Me sentí orgulloso de haber tomado parte en esta aventura.
P.S. Además hice MMP, pero eso no fue lo mejor.
(comida anterior y posterior a la maratón)
Más fotos
Los amigos de Corricolari han tenido la gentileza de publicar mi crónica ¡gracias!:
https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=explorer&chrome=true&srcid=0B2TPErlA5HdNZjVkMTBiNDMtMzM1My00NmM2LTk4MTktNzk1MGJiZDI5NTc0&hl=es