
Me apunté al “good for ages” y conseguí el dorsal de la
misma manera que hace dos años (ver blog) y empecé a soñar con “mi segundo
Londres”. Pero las cosas no siempre van como sueñas; casi siempre van por otro
camino, y el mío pasaba por la Maratón de Lisboa y mi transito al minimalismo
más extremo. Ya durante el verano de 2015 tuve un par de episodios de
inflamación del metatarso del pie derecho. Cerca de la maratón de Lisboa, en
otoño, volví a recaer. Pero la Maratón de Lisboa, con un suelo de adoquines en
una parte importante del trayecto, me sumió en una importante metatarsalgia.

A tres meses de la maratón, no era capaz de correr un solo
kilómetro sin dolor, y lo que es peor, no aguantaba, sin recaer, ni cinco
minutos en la elíptica del gimnasio. Me centré, durante las semanas siguientes
en hacer bicicleta. Según se iba acercando el mes de abril, veía como el sueño
de Londres se iba esfumando. Pasaban los días, las semanas, y yo sin poder
correr. A falta de un mes, mi pie me permitía hacer un rato de elíptica, pero a
un mes de la maratón no había corrido ni 10 km en los dos meses anteriores. Eso
sí, todos los días hacía mi entrenamiento de bicicleta. A falta de tres
semanas, descubrí que poniéndome una doble plantilla de espuma, aguantaba algo
la carrera y empecé a correr un rato cada día; luego me pasaba bastante parte
del día dolorido, pero a la mañana siguiente el pie se recuperaba y lo volvía a
intentar. Al miedo de la lesión del pie, se le suma que “correr” no es “montar
en bici” y después de pocos kilómetros me sentía agotado. A dos semanas de la
maratón conseguí correr diez kilómetros seguidos, gracias a que lo hacía más
despacio (a un ritmo que unos meses atras me era imposible sostener, por lento)
y volví a “talonar” (dos años de minimalista acabaron ese fin de semana). Y el
cambio de manera de pisar me provocó una sobrecarga de cuádriceps enorme. Vamos,
todo un cuadro de optimismo.
A 9 días de la maratón había logrado completar, por segunda
vez en tres días, 12 kilómetros seguidos, con dolor controlado en el pie y con
los cuádriceps sufriendo lo justo. A una semana de la maratón, llegó la gran
prueba. Había que ver si el pié y los cuádriceps podían aguantar media maratón.
Salí a las 7:30 de la mañana controlando y tratando de escuchar cualquier señal
anómala de mi cuerpo, especialmente el pie y las piernas. A partir de los doce
kilómetros, lo que era molestia se convierte en dolor. Y en las piernas también
empiezo a notar dolor. Consigo completar los 21 kilómetros digamos que “con
dolor controlado”. La pregunta es: ¿cómo se recuperará ese pie en las
siguientes 24 horas? ¿Cómo responderán las piernas?
Al final de la prueba la sensación muscular era similar a la
del final de otras maratones (¡pero teniendo en cuanta de que esto no era una
maratón!). Por eso decidí echar mano de mi remedio mágico para las
recuperaciones musculares post-maratón: Rhus Tox 9CH. AL día siguiente, a seis
de la Maratón, estaba otra vez como nuevo (siempre me acuerdo en estas
situaciones de todos los talibanes anti-homeopatía, y de su estúpida cruzada;
que me lo cuenten a mí). Y para sorpresa, el pie no estaba peor que antes de la
prueba; tampoco mejor… El lunes antes de la maratón ya había tomado la decisión
de correr (contra la opinión de muchos amigos y allegados que pensaban que me
había vuelto loco). Y para la última semana decidí seguir mi rutina típica previa
a una maratón: entrenamientos suaves hasta el miércoles, pasta a partir del
jueves,… La suerte estaba echada: iba a intentar correr una maratón sin apenas
preparación y con una metatalsargia aún viva.
El viaje a Londres, empezó mal. Cambio de vuelo a última
hora, tres horas de retraso,… pero yo soy optimista por naturaleza y lo que
empieza mal, para compensar, tiene que acabar bien. Londres nos recibe con frío
y lluvia, pero con un “forecast” para el domingo algo mejor, aunque en algunas
páginas de tiempo predecían nieve. Si, nieve.

Desde el tren al área verde, hay un buen trecho cuesta
arriba, para calentar un poco las piernas, y con un frío que pela. Decido
retrasar al máximo la entrega de mi mochila en el guardarropa, que gracias a la
buena organización, eso significa tener “mis cosas” hasta media hora antes de
la salida. Mientras, me entretengo disfrutando de ese ambiente tan especial de
los grandes eventos, las grandes maratones, en la zona de salida. La zona
verde, acoge además a los retadores de records mundiales de maratón con
disfraz, que allí preparan y terminan de arreglar sus disfraces, de lo más
variopinto, para acometer sus retos personales. Junto a disfraces más o menos
convencionales (Blancanieves, bombero, astronauta, cruzado medieval, guerrero
romano, enfermera –varón-, conejita de Play boy –masculino-) a otros con más
imaginación, como “zapatilla”, lavadora, botella o lata de cerveza,… Rizan el
rizo los disfraces grandes (rinoceronte o tiranosaurio) o los corales (tres
indios con canoa, cuatro bomberos con coche de bombero, un jinete y su caballo,…).
Es impresionante lo que es capaz de hacer la gente por cuatro o cinco horas de
gloria (el público les aclama de forma enfervorecida) y una línea en el Libro Guinness.

Y plantado en el treinta me dije: “acabo aunque sea arrastrándome”.
Y paso a paso, notando en cada zancada mi pie derecho que protestaba por
aquello que le estaba haciendo, conseguí llegar a la meta. Incluso en los
últimos kilómetros me permití esprintar para ver si conseguía bajar de cuatro
horas (me pasé por un poco más de un minuto). El último kilómetro me dejé
llevar, disfrutando del espectáculo y levantando el dedo índice al entrar en
meta (“uno entre un millón”). Lo había conseguido, más allá de mi
metatarsalgia, del nulo entrenamiento, de todos los sentimientos negativos
acumulados en cuatro meses,… Lo más difícil siempre se saborea más. Y además en
Londres, la madre de todas las maratones.
Y gracias al apoyo de tantos… Ana, Mario y Rocío, compañeros
(Rafas, Alfonso,…), mi fisio Sonsoles, amigos de UC3Marathon apoyando en la
distancia, Anais (mi casera), Nerea, Rocío, mis sobrinos Jorge y Rosa, otros
corredores compañeros de otras batallas,…
POST-POST
Me falta Tokio para completar las “6 Majors”. Muchos me
preguntan cuál es la que más me ha gustado. Después de correrla dos veces, sin
duda, Londres. Lo tiene todo bueno (quitando el método de admisión, para mí un
pelín impresentable lo del “good for ages” solo para UK): La organización es perfecta, desde la feria del corredor
(inmensa), recogida de dorsal, comprobación de chip, indicaciones,
instrucciones, voluntarios,… No hay otra igual. El camino hacia la salida, el
trato de los voluntarios al acabar,… TODO perfecto.
El recorrido es inmejorable, inigualable: pasa por barrios,
por zonas residenciales, cerca del río, parques, y, sobre todo, por las zonas
monumentales más emblemáticas, con un final espectacular. También espectacular
el paso por el Puente de Londres, junto a la Torre. Como ya conté en mi crónica
de hace un par de años, tiene un poco de Boston, un poco de Berlín, un poco de
Chicago y un poco de Nueva York, vamos, que es la madre de todas las grandes
maratones.
Respecto al público, no existe nada parecido que yo haya
visto. Volcado en la carrera como en ningún sitio, en TODO el recorrido. En
muchos sitios, muchos kilómetros, seis de fondo a cada lado. Son millones de
espectadores volcados, VOLCADOS, en la carrera. Es algo impresionante y difícil
de superar. Gracias Londres, me has permitido volver a medirme. Volveré siempre
que consiga “distraeros” para conseguir un dorsal en el “good for ages”.