Hace poco más de
un año, cuando ya tenía todo preparado para viajar a Chicago para correr la
maratón, un accidente de moto me metió en un quirófano para ser operado de mi
rodilla izquierda tres días antes del día que tenía que correrla. Cuando se
abrieron las inscripciones para este año, me apunté corriendo para sacarme la
espina de la frustración que supuso no poder correr esa maratón. Once meses
después de aquello y tras un verano duro preparando la maratón, me apareció un
dolor junto al tendón de Aquiles del pie izquierdo, que al principio ignoré,
pero que pronto no solo no cesaba con el descanso, sino que aumentaba día tras
día incluso parando de correr. Parecía que la maratón de Chicago estaba gafada.
De todas formas parece que siempre pasa algo antes de una gran maratón.
Aparecen dolores, se baja el rendimiento, entran los nervios,… Pero esta vez el
dolor es real, intenso y duradero. Me puse en manos de mi fisio, y después de
varias sesiones, combinadas con descansos y entrenamientos suaves, cuatro días
antes de la carrera estaba en un avión volando a Chicago con un dolor sordo y continuo
cerca del tendón de Aquiles. Los que hemos hecho de correr maratones parte de
nuestra vida, parece que nos cuesta rendirnos ante una posible lesión que puede
ir más allá de la próxima maratón. Quizás por eso me llevo para el avión el
libro “¿Por qué corremos maratones?, a ver si, más que otra cosa, me reafirmo
en mi voluntad de correr con dolor.
Porque correr, voy a correr.
Previo a la
maratón.
La “segunda
ciudad”, la “ciudad del viento”. Los indios que la habitaban la llamaron
Chicago, que significa “campo de cebollas maloliente”. Chicago es una ciudad
preciosa. Impresiona por muchos motivos. Es la primera ciudad del mundo que
tuvo rascacielos, y no cualquier rascacielos. Después del incencio que destruyó
la ciudad a finales del siglo XIX, no hay arquitecto que se precie en el mundo
que no tenga un edificio singular en Chicago. Edificios que compiten en
soluciones innovadoras, espectacularidad, belleza. Chicago es un muestrario de
arquitectura moderna. Pero además es mucho más. En Chicago hay arte, innovación,
música (jazz!), vida,… El hecho de que
el tiempo que nos acompañó fuera soleado y cálido, hizo que la ciudad brillara
de una manera especial. Sus edificios, el río Chicago, el lago Michigan, sus
museos, sus vistas desde arriba (espectacular tanto desde el Hankcok como desde
el Willis) y desde ‘enfrente’ (el skyline nocturno desde el planetario es de
película), sus rincones, parques (incluyendo el Millenium),… hacen de esta
ciudad algo realmente singular. Además la ciudad es muy amigable desde el punto
de vista del transporte público (se puede llegar a todos sitios en autobús o en
metro) y de sus amables habitantes del medio oeste, que reciben al visitante
sin los modos de otras grandes ciudades. Solo sorprende lo dados que son a
montar escandaleras con el claxon cuando algo les obstaculiza. En Chicago, más
concretamente en la Northwestern University, nació a finales de los cincuenta
la Ciencia e Ingeniería de Materiales, disciplina de la que vivo y que adoro, y
es también el campus de esta Universidad un paraíso frente al mar que es el
lago Michigan.
La feria del
corredor.
Podríamos
definirla como “americana”, en su sentido más peyorativo. Enorme. Colorida.
Multitudinaria. En la feria tomas contacto por primera vez con los voluntarios
de la maratón, que como en otras carreras que he corrido en EE.UU. son
espectaculares en su trato a los corredores. Amable es poco. Se desviven por
los corredores y por ayudarles en aquello que necesiten. La organización tiene
varios “shuttle” hacia la feria que está un poco perdida. Y allí, cientos de
puestos, como siempre con material deportivo y con publicidad de otras
carreras. No me pareció barata, pese a lo cual se hacía caja de forma
compulsiva (no a mi costa). Me sigue pareciendo increíble los precios que ponen
las multinacionales del ramo a camisetas, zapatillas,… Sobre todo a las que
conmemoran la maratón que se va a correr, cuya vida es muy efímera.
El día de la
carrera.
La carrera, su
primera oleada, en la que yo salía, empezaba a las 7.30. Yo me levanté a las
4.30 a desayunar (con el cambio horario no tiene mucho mérito), y a las 5.45 me
fui hacia la zona de salida, en el parque Grant (al sur del parque Milenium, el
centro de la ciudad).
Me levanté con un
talón mucho más dolorido que los últimos días, pese al quasi-reposo, por lo que
por mi cabeza pasaban todo tipo de malos augurios. Eso, junto a la ausencia de
entrenamientos serios en el mes anterior a la carrera (7 salidas cortas en 30
días, menos de 60 kilómetros) hizo que me planteara una carrera muy distinta a
la que hubiera soñado cuando entrenaba en el mes de Agosto y hacía mis tiradas
largas.
En el metro, y en
el camino del metro a la entrada del recinto de salida (estrictamente prohibido
a todo aquel que no llevara un dorsal), riadas de corredores en mitad de la
noche, a la luz de las bien iluminadas calles del centro, especialmente la
calle Michigan, que corre paralela al parque.
Había varias
puertas de entrada. Cerca de la que me tocó, un homenaje a una estación de
metro de Paris, ciudad en la que se inspiró la Chicago post-incendio en el
diseño de sus calles. El guardarropa estaba a pocos metros de la playa (Chicago
tiene playas) y junto a la fuente
Backingham, preciosa, y lugar de visita
turística ahora cerrado para nosotros. Se ven muchos corredores por todos
lados, nerviosos, haciendo cola en los servicios móviles, tomando bebidas
isotónicas o energéticas, abrigándose porque hace algo de fresco. Para mi
gusto, la temperatura perfecta, sin el temido viento de Chicago. El día
perfecto. Qué lástima de talon.
Tras dejar mis
cosas en el ropero, decido quedarme para correr con mi camiseta corporativa de
‘tiras’ y una manta gentileza de una línea aérea que luego tiraré. Me dirijo al
corral B, inmediatamente detrás de donde está la élite. Y allí a esperar el
momento de salir.
Como en todas las
carreras en EE.UU. y después de un minuto de silencio por las víctimas de
Boston, en un sepulcral silencio, se canta a capela el himno americano. En esta
ocasión, miles de corredores se sumaron al coro, resultando un momento de gran
solemnidad. Tras presentarse por megafonía a las estrellas que iban a correr,
comienza la carrera.
La carrera.
Temperatura
perfecta, ambiente extraordinario, motivación,… Todo perfecto si no fuera por
mis piernas faltas de entrenamiento en la recta final y por un talón-tendón
tocado y dolorido. Decido arriesgar y marcar un buen ritmo, pero con el
objetivo de correr de 5 en 5 kilómetros. Para mí la carrera iba a ser de cinco
kilómetros, al final de los cuales decidiría si empezaba otro tramo. Mi
objetivo era llegar al primer control, luego al segundo,… Cuando pasé la media
maratón, con las piernas más pesadas que en otras ocasiones, sabía que podía
acabar, y el dolor de las piernas empezaba a apagar el dolor de mi pié.
La carrera es
espectacular. Pasa por todos los barrios de Chicago (“loop”, “magnificient mile”,
parque Lincoln, “Little Italy”, “Greektown”, incluyendo el barrio chino, donde
todos los voluntarios son chinos. Avituallamientos prácticamente contínuos de
isotónicas y agua, luego platanos. En el km 30 geles. Todo impecable (salvo que
solo había controles de tiempo cada 10 kilómetros). Y los voluntarios, de
matrícula de honor. Animación en todo el recorrido, estilo americano, gritando
y empujando a los corredores. “Recuerda que has pagado por esto” leo en una
pancarta.
La carrera es
rápida, prácticamente plana. Solo se suben los pequeños puentes y al final una
ligera cuesta para entrar de nuevo al parque Grant. Después de dos horas
corriendo se nota el calor y se empieza a hacer más dura, especialmente en mi
caso donde mis piernas dejaron de responder mucho antes de lo que hubiera
querido. Puede mantener el ritmo que me había impuesto hasta pasado el km 35 y
luego, a sobrevivir. Con todo bajé cinco minutos de 3horas 30min. Mi 4º mejor tiempo.
La llegada,
re-entrada al parque Grant es espectacular. Miles de personas desgalillándose
por empujarte a la meta. Meta que al final llega con esa enorme mezcla de
sentimientos que solo se pueden entender si se ha pasado por allí. Alegría,
satisfacción, orgullo, emoción. Y otra vez los voluntarios. Felicitándote,
cuidando de ti. Te ponen la manta térmica, la medalla, te dan de beber, hielo,…
Te hacen sentir importante (¿no sería posible enseñar a los voluntarios de
MAPOMA cómo se hace esto?).
En la llegada un
superfiestorro con música en directo para corredores, familiares y amigos (eso
si, las consumiciones a cuenta de cada uno).
Una maratón más
compartida con mi hermana Beatriz que me apoyó de forma entusiasta, con Marc
Manzano, compañero de fatigas, y con unos nuevos amigos, Mari y Ernesto. Ha
sido mi maratón número 21. Mi séptima maratón fuera de España. Mi cuarta
“major”. Como todas, está más por ser la última y por todo lo que pasé hasta
llegar a la meta, una maratón realmente especial.