El aprendiz de maratoniano

Historias sencillas de carreras

lunes, 6 de diciembre de 2010

I Maratón de Málaga


La Maratón es una carrera muy seria que no puede minusvalorarse. Y yo he afrontado esta demasiado sobrado. Después de correr en NY hace un mes, donde todo estaba preparado para una motivación muy elevada. Donde todo me fue bien, pese al cansancio que se arrastra por la propia organización de un viaje largo. Donde pese a sufrir al final, pude mantener un ritmo aceptable que me permitió bajar mi mejor tiempo,… Después de aquello, a solo un mes, me he puesto esta mañana en la línea de salida como quien va a correr una carrera de barrio. He cuidado muchos de los detalles previos, pero el hecho de correr en casa (Malaga, Nerja es como mi casa) y después de una experiencia tan deslumbrante como la de NY, no he afrontado esta maratón con la motivación adecuada.

Hace un año corrí Zaragoza en una situación parecida (dos semanas después de Oporto, donde viví una experiencia también impresionante, y donde también hice mi mejor tiempo). Pero arranqué la carrera con tanto miedo por no saber cómo iba a responder mi cuerpo con tan poca recuperación, que corrí a un ritmo muy por debajo de mis posibilidades. Entonces llegué muy fresco a la meta, un poco por debajo de 4 horas, igual que hoy. Pero hoy he sufrido como no sufría desde que corrí la Maratón de San Sebastián, hasta ahora mi maratón más dura. La experiencia Oporto/Zaragoza, transmitió a mi mente que todo es posible y si entonces me fue bien después de dos semanas, ¿por qué iba a tener problemas hoy después de un mes de recuperación?. Pero la Maratón, cuando no se la respeta, no perdona. Decidí salir a 5 minutos/km, para tratar de llegar en 3h 30m, 3h 40m a todo lo más. No debí intentarlo. Por la media maratón, ya notaba bastante pesadez en las piernas. A partir del 25, pasé a ritmos de 5min 15s (mal asunto). Y hacia el 28 apareció el muro. 6 minutos por km. Dolor, sufrimiento. 6/30, para acabar a 7 minutos por km, casi andando. AL final, el sonido del estadio puso algo de energía en mis piernas y pude entrar con cierta diligencia, volviendo a correr en 6 minutos/km. 3 horas, 52 minutos, 16 segundos…


Esta primera Maratón de Málaga (ya era hora que esta gran ciudad tuviera su maratón) ha estado muy bien organizada (perfecta entrega de dorsales, buen avituallamiento (agua cada dos km, isotónicas, fruta variada –plátanos, naranjas, manzanas,…-), buen trato del corredor, buenos regalos, medalla de “finisher”, buen avituallamiento en meta, vestuarios, duchas,… Todo perfecto, excepto la parte que tiene que ver con los políticos locales. Estos no entienden que una maratón es un valor añadido de la ciudad, y la condenan a recorridos alejados del centro, recorridos que machacan mentalmente al corredor. Hemos pasado hasta cuatro veces (en dos direcciones) por gran parte del paseo marítimo, a lo largo de larguísimas rectas, que son lo peor desde el punto de vista de la motivación. UN buen trozo por zonas del extrarradio de la ciudad, y únicamente un par de kilómetros por el precioso centro de Málaga. La ciudad no tiene costumbre de Maratón, por lo que la animación ha sido mínima. Prácticamente nadie, salvo en los aledaños del estadio desde donde se salía y se llegaba. En bastantes kilómetros, convivíamos con los automóviles que preñaban el carril paralelo al que corríamos. Coches parados con los motores en marcha, emitiendo humos y cabreo en forma de, a veces algún improperio contra la carrera, a veces algún concierto de cláxones. Una maratón es una fuente de riqueza para una ciudad (que se lo digan a todas las grandes ciudades con grandes maratones, que discurren por la mejor zona de las ciudades; ¿si Paris, Londres, Berlín, Nueva York, Boston, Chicago,… pueden paralizarse por la maratón?¿Porqué no Málaga o San Sebastián, por poner dos ejemplos en España?).

Como siempre, en su conjunto, una gran experiencia. La Maratón te pica y te envenena. Y van 14. Y ya pienso en la siguiente.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Maratón de Nueva York: mi crónica.

El entorno del maratón

Una maratón, no es solo la carrera. Es una ciudad, un recorrido, una organización, unos habitantes de esa ciudad,… ¿Y qué se puede decir de Nueva York que no se haya dicho? Ni siquiera voy a intentarlo. Solo decir que ya he estado en esta ciudad en muchas ocasiones y que siempre me gusta volver. Cuando vuelvo a Nueva York, pese a que nunca he pasado mucho más de 4 ó 5 días seguidos, siento que vuelvo a un lugar que considero mío. Es posible que la culpa la tenga el cine y la televisión, porque realmente la primera vez que visitas NY ya sientes que es como si hubieras estado allí. Y cada vez descubres algo nuevo, pese a que mi situación de veterano visitante de la ciudad, hace que muchas veces tenga que hacer de guía de mis acompañantes y eso me obliga a volver a los “sigths” recurrentes. Esta vez he tenido la suerte de viajar con toda mi familia y ha sido realmente especial (mi mujer Ana y mis hijos Mario y Rocío). Todos ellos conocían Manhattan, pero esta vez han descubierto alguna cosa más. Entre otras el Museo de Historia Natural, que como muchas cosas de NY te deja con la boca abierta.

Y en esta ciudad viven los neoyorquinos, típicos habitantes de gran ciudad (en este caso muy grande). Es decir con prisas y poco amables en la mayoría de los casos. Y entre ellos, millones de personas que hablan español, lo que hace la ciudad muy accesible para los españoles. Y muchos neoyorquinos consideran la maratón de NY como algo suyo, lo que hace que se vuelquen en la carrera desde que los corredores pisan Brooklyn desde el puente de Verrazano. Casi se diría que en cada uno de los cinco condados compiten por ver dónde se anima más. Algo parecido viví en Boston, aunque aquí, como toda la carrera discurre por calles de la ciudad, el número de personas animando es mucho mayor. Sin embargo, el ambiente de la carrera los días previos, está mucho más diluido en la ciudad que en Boston, donde se respira maratón por todos lados desde varios días antes. En España hay muy pocas carreras donde una población de un barrio se echa a la calle para volcarse con su carrera. Algo así como la devoción que sienten los Vallecanos por su San Silvestre que hace costumbre la última noche del año bajar a la calle a animar a esos locos que corren. EN la Maratón de Madrid, ese ambiente especial solo pasa en dos o tres puntos del recorrido (por ejemplo la Puerta del Sol), pero nunca de forma tan multitudinaria y ruidosa como ocurre en NY.


Y una gran Maratón debe tener una buena organización. Y la de NY la tiene. Una gran feria del corredor, a una escala proporcional con la ciudad: enorme. Una feria que tiene ambiente de feria: mucha gente, muchas ofertas, mucho que ver. Merece la pena perder un par de horas. La recogida de dorsales y entrega de bolsa del corredor, impecable, con cientos de voluntarios sonrientes recibiéndote y animándote. No hay un mal gesto, una mala cara. Solo sonrisas y apoyo. Y lo mismo en la cena de la pasta, donde realmente la comida es abundante y rica. Al final de la cena de la pasta, hubo fuegos artificiales en Central Park. La gran traca final antes de la carrera.

Antes de la carrera

Son las cinco de la mañana en Harlem, a la altura de la calle 120 con la Av. De Malcom X. El cielo está totalmente limpio de nubes y se pueden ver las estrellas. Hace mucho frío. Me dirijo hacia la parada de metro de la 116th para coger la línea 2-3 que me llevará hasta Wall St. cerca del Ferry de Staten Iland. En el metro me encuentro con otros muchos que como yo peregrinamos hacia el sur de Manhattan. Los trenes bajan lentos y nos obligan una vez a cambiar de tren. Miradas nerviosas, con cierta tensión- Algunos cambian de tren para llegar más cerca, pero prefiero asegurar llegar a Wall St. y andar medo kilómetro. Tengo asignado el Ferry de las 5.45 a.m. pero a esa hora aun estoy en el metro. Un corredor argentino (neoyorkino de adopción) que ya ha corrido otros años me tranquiliza: se pueden coger ferris posteriores. Finalmente, a las 6.15, embarco en el ferry de Staten Iland. Una voluntaria que nos ve llegar con cara de preocupación nos mira a la cara y nos dice: “¿Dónde están esas sonrisas? ¿Es que no sois conscientes de que esta es la aventura de vuestra vida?”.


Las vistas y la luz que hay, el amanecer de Manhattan, es realmente precioso. A un lado el skyline de Manhattan, al otro la estatua de la Libertad y la Ellis Iland. Aprovecho el recorrido para desayunar (muchos otros han tenido la misma idea). A las 6.45 llegamos a la otra orilla y nos meten en autobuses que nos llevarán a la línea de salida. Todo muy bien organizado con muchos voluntarios que no dejan de sonreírte, animarte, y recordarte que estás “in” en la Maratón de Nueva York, en una aventura fantástica. Veinte minutos más tarde llego a la zona azul de la ciudad del corredor, donde solo podemos entrar los que llevamos dorsal azul. Dorsal que enseño no menos de quince veces en el recorrido desde el autobús hasta la villa. La seguridad es lo primero (“trabajamos por tu seguridad, que para nosotros es lo más importante”). Son las 7.10 a.m.

Dedico los primeros quince minutos de mi estancia en la villa a estudiar dónde está todo: el agua, el café, los bagels, las carpas, el depositorio del equipaje, los corrales,.. Todo está cerca, pero hay que andar de un lado para otro. Las carpas son insuficientes y están abarrotadas, con la gente hacinada. Afortunadamente no llueve y fuera “solo” hace frío. Mucho frío. Después de coger un bagel y un café que completan mi desayuno, avituallarme de agua e ir por antepenúltima vez al servicio. Encuentro un rincón donde da el sol y monto mi tenderete. Un plástico sobre el suelo, una manta de avión, varias capas de ropa,… me pongo mi i-pod y selecciono una lista de arias de ópera. Me tumbo bajo la manta y trato de relajarme. En menos de cuarenta minutos tengo que levantarme porque a las 8.05 cierra el depositorio de equipaje del corral 7 (el mío) y hacia allá me dirijo con cierta prisa. Una vez deje mi equipaje, me quedo con lo puesto para la carrera, y aun quedarán casi dos horas para la salida con un frío que pela. La megafonía recuerda en cuatro idiomas distintos (inglés, español, francés e italiano) distintas normas de la carrera.

De lo que he llevado, me quedo con una camiseta de manga larga y una de tiras para correr, otras dos camisetas para desechar y un chubasquero grande. De nuevo busco un lugar con sol cerca de la entrada a mi corral. Me siento y me cubro con el plástico y gracias al solecillo no paso mucho frío. Antes de entrar al corral, a la hora límite (8.55) me da tiempo a relajarme otro rato. Es impresionante la imaginación de los neoyorquinos para no pasar frío en estas circunstancias. Batas viejas, abrigos viejos, mantas viejas, todo tipo de ropa de abrigo vieja que luego tirarán, pero que les mantiene bien calentitos. Yo con un plástico.


Son las 8.50, menos de una hora para la carrera. Entro al corral, y menos mal, porque a las 8.55 en punto lo cierran sin miramientos para algunos que llegan unos segundos después. Tendrán que esperar media hora a la siguiente oleada. Dentro del corral, hay servicios y aprovecho para volver a ir. Entre los líquidos y el frío, cada nada aprietan las ganas de orinar. Por los altavoces vuelven a recordar que este es el lugar apropiado para echar la última meada, que una vez arranque la carrera, especialmente en el puente de Verrazano, está totalmente prohibido orinar con riesgo de descalificación (aun así, muchos orinan después desde lo alto del puente).


A los veinte minutos, quitan las separaciones entre todos los corrales azules y nos vamos agrupando hacia el lugar del primer corral. Sigue haciendo bastante frío. Ya son la 9.15. Diez minutos después, abren el primer corral, y nos llevan hacia la misma línea de salida, donde ya se encuentran los corredores de élite. Nos deshacemos de la ropa sobrante. Afortunadamente ya está el sol relativamente alto y no podemos calentar algo. Al final estoy a menos de cien metros de los primero y puedo ver la línea de salida. Justo delante de mí un corredor se mea encima y deja un gran charco entre sus piernas.

Los nervios se desatan, la gente salta, algunos gritan, la mayoría nos movemos, estiramos, aunque estamos muy cerca unos de otros, porque todos queremos estar adelante. A mi alrededor veo gente del corral 1, pero también del 20.

A las 9.30, diez minutos antes de la salida, una ‘speaker’ presenta a las figuras internacionales, a la élite. Estilo americano, con cierto suspense para acabar arrancando el aplauso general al final de cada presentación. Justo antes de dar la salida, se canta el himno americano por tres famosos artistas americanos (dos hombres y una mujer) a capela. Silencio absoluto, manos en el pecho. Suena un cañonazo. Por fin ha empezado la carrera. Por los altavoces suena una voz:

“Start spreadin' the news,
I'm leavin' today
I want to be a part of it,
New York, New York...”

Es la VOZ de Frank Sinatra cantando New York, New York.

La carrera

El puente de Verrazano

Nada más oir el cañonazo de salida y los acordes de “New York, New York” en la “Voz”, enfilas la cuesta del puente de Verrazano, que une Staten Iland con Brooklyn. Tienes en tu cabeza la imagen que has visto por televisión otras veces, donde parece que el puente está repleto y que es imposible moverse, y sin embargo la sensación es que, desde el principio, se puede correr al ritmo que quieras. Empiezas a sentirte protagonista. Está compartiendo puente con los corredores de élite (a los que aun no les dio tiempo de llegar al otro extremo) y sabes que eres parte de la imagen que millones de personas están mirando por televisión. El día es soleado y las vistas de Manhattan espectaculares. Muchos corredores se paran y suben a la mediana del puente a tomar fotos. Me tomo con cierta calma la subida al puente y cuando cubro mi primer km me sorprendo comprobando que llevo un ritmo por debajo de 5 minutos el km. Al final del puente, antes de entrar en Brooklyn, me paro a aliviar mi vejiga.

Brooklyn

Desde el silencio del puente, se entra de golpe en la ciudad. Brooklyn recibe la carrera rugiendo. Gritos, ánimos, todo tipo de carteles con mensajes,… La gente te empieza a llevar en volandas y eso te hace perder un poco la cabeza. Me pongo a correr a menos de 4.30 y pronto me conmino a reducir el ritmo, lo cual es difícil con toda esa gente animándote, pero casi toda la carrera iba a ser así, por lo que me obliga a ir al ritmo que había pensado (alrededor de 4.45). “No os queremos en Brooklyn, iros cuanto antes corriendo”, reza un cartel, y a ello nos disponemos obedientes. La maratón de NY podría decirse que es la Maratón de Brooklyn, ya que se corre por las calles de este barrio media maratón. Recorriendo el barrio de sur a norte, aprecias la multiculturalidad de NY: pasas por zonas rotuladas en castellano, inglés, polaco, italiano,… Mucho cartel en español.

Decido correr por sensaciones, sin mirar el reloj. Y más tarde he comprobado que no bajé de 4.35 hasta pasada la media maratón, lo que fue muy arriesgado, por encima de mis posibilidades.

Pasado el km 12 me encuentro con un maratoniano de élite español cuyo nombre no voy a mencionar, que iba haciendo de liebre de un alto ejecutivo de una empresa española. Ambos corrían en el marco de un proyecto solidario de una multinacional española. Me acerqué a saludar y al ver que no era recibido con muy buen rollo me puse a correr unos metros por delante (no estaba dispuesto a que semejantes gilipollas me amargaran la carrera). Unos dos kilómetros más adelante, volvieron a mi altura y pensé que podía ser buena idea coger la estela del profesional (siempre había admirado mucho a este corredor -léase el tiempo pasado-, porque le creía una persona llana y sociable, o al menos es la imagen que él cuida de transmitir; la realidad es muy distinta). Les pregunté si podía correr a su ritmo y la respuesta fue, por supuesto, positiva (¡faltaría más!). Pronto me dí cuenta que sobraba en el rollito de amiguitos que llevaban, por lo que me coloqué en un segundo plano a seguir su ritmo. No siempre se tiene la oportunidad de correr una maratón, además la maratón de Nueva York, con un maratoniano de élite haciendo de liebre. El ritmo era algo exigente para mí, pero lo intenté. De vez en cuando algún español que corría la carrera se acercaba a saludar a la estrella, que iba sacando imágenes de todo con su iphone.

Broklyn, el día de la maratón, es una fiesta. Además de los innumerables grupos de música puestos por la organización, sonnumerosos los lugares donde se puede oir música, en muchas ocasiones música latina. El ambiente es tan espectacular como la ciudad. A la altura de la media maratón, se abandona Brocklyn a través del puente Pulanski. Paso la media a 1h 37m, demasiado rápido.

Queens

EL tramo de la maratón por Queens sigue con una animación parecida a lo que hay en Brooklyn. Se sigue disfrutando de un barrio multicultural y animado, lanzado a la calle con la ocasión de la maratón. Desde Queens, se accede a Manhatan por el puente de Queensboro. Hay una buena subida al puente y allí me doy cuenta de que no podía aguantar el ritmo de mis distantes compañeros de viaje (que seguían con su rollito de muy amiguitos y de “no me ajunto con nadie”). Cruzar ese puente corriendo es especial. Hay una vistas de Manhatan distintas y excepcionales.

Manhatan

El final del puente de Queensboro desemboca en dos curvas (a izquierda y derecha) que desembocan en la Primera avenida a la altura de la calle 59 (Central Park sur). Allí hay una multitud rugiendo, animando, chillando,… No he visto nunca nada igual. Nada más entrar en la Primera Avenida, a la izquierda veo a mi familia en segunda fila gracias a una gran bandera de España. Me hace una ilusión enorme que me da algo de energía extra. Me acerco a saludarles y al volver a la carrera he perdido por delante a mis dos compañeros (que no amigos). No volví a verlos (el ejecutivo acabó con un tiempo de 3h 17m, muy lejos de mis posibilidades, el elitista se debió retirar antes para no quemarse de cara a sus compromisos profesionales).

Sigue habiendo gente en todos los kilómetros del recorrido, pero a medida que se va subiendo hacia el norte, la densidad de personas va bajando. Al llegar a Harlem disminuye sensiblemente.

El Bronkx

Por el puente de la Avenida Willis, se abandona Manhatan para pasar por el Bronkx. Aquí la carrera, sin dejar de estar animada, pasa por su zona más apagada. Hay parte del recorrido por trozos de autovía, sin gente. Las fuerzas empiezan a faltar y el tío del Mazo empieza a trabajar duro.

AL llegar al puente de Queensboro, había mantenido mi ritmo cercano a 4.30. AL entrar en la Primera Avenida ya iba a 4.45. AL llegar al Bronkx ya iba a 5min/km.

De nuevo Manhatan

Se sale del Bronkx por el puente de la Avenida Madison hacia la calle 138, por donde se corre hasta llegar a la Quinta avenida. Empieza el “camino de vuelta”. Se va bajando Manhatan (aunque hay trozos que son cuesta arriba). En la calle 124 la Quinta se topa con el parque Memorial Marcus Garvey (inspirador del movimiento Rastafary). Se bordea el parque y a la altura de la 120 se vuelve a girar para recuperar la Quinta. En la esquina inferior del parque, se pasa a 5 metros de mi alojamiento en Nueva York, de donde salí a las 5 de la mañana. Cuesta no pensar en la ducha que está tan cerca. Al bajar hacia Central Park, vuelvo a encontrarme a mi familia. Me paro a besarles y saludarles y al retomar la carrera noto un pequeño tirón. Afortunadamente se me pasa. Estamos sobre el km 30, y ya voy a 5,15 el km.

A la altura de Central Park ya no me queda nada en las piernas, pero empieza a haber mucho más público animando. Ahora hay muchos españoles entre el público que te gritan dándote algo de energía. A la altura de la milla 24 se entra en Central Park, y también en la parte de la carrera más dura, ya que se entra en un continuo tobogán, allí donde ya no queda nada en las piernas. Pero hay que reconocer que la multitud te lleva en volandas. Una multitud entregada, entusiasmada, motivada,… Llego a la altura del Hotel Plaza (Central Park Sur) a 6 minutos el km.


Ya solo quedan poco más de dos kilómetros. Ya no puedo más, pero ahí están todas esas personas empujándote. Paso por el cartel de última milla, otra vez dentro de Central Park. Último kilómetro. Ultima media milla. Ultimo medio kilómetro. 200 metros, 200 yardas,… Paso por la línea de meta… Una vez más, se siente una inmensa alegría, gran emoción. Difícilmente explicable. Una vez más la maratón te lleva hasta allí, hasta el límite, pero en medio de las emociones más intensas. El tiempo es lo de menos, pero además, pese al trabajo del tío del mazo, he bajado casi medio minuto mi mejor tiempo en maratón.

Una voluntaria me pone, con una gran sonrisa, la medalla de “finisher”. “¡Enhorabuena!”, me dice. Más adelante me ponen una manta térmica. También con una gran sonrisa. Me encuentro con un conocido español y vamos comentando la carrera. Mientras, nos entregan algo de avituallamiento líquido y sólido. Y en medio de una nube de felicidad, nos arrastramos hacia el guardarropa donde nos despedimos con un abrazo.

El único punto negro en la organización de esta maratón, es el tiempo que tuvimos que esperar para recoger la ropa: casi media hora, después de otra media hora de peregrinaje hasta allí. Casi helados. Lo único bueno es que esa prolongación te permite saborear, paladear algo más el final.
Me puse la ropa y después de otra buena caminata, por fín me encuentro con mi familia, en la calle 70 con las Américas. La maratón de Nueva York ha acabado.

Después de la Maratón.

EN la nube en la que te encuentras después de tantas sensaciones, me comí un perrito caliente en uno de los puestos callejeros. Fuimos a nuestra casa (B&B) de Harlem y después de una ducha, volvimos a la calle para seguir disfrutando de esta ciudad. Esa noche cenamos un buen costillar en un restaurante cerca de Times Square. Siempre he querido esta ciudad y siempre he vuelto a ella como quien vuelve a casa. Ahora me llevo en el equipaje tantas emociones nuevas que volver será aun más un placer.





Le dedico esta crónica a mi familia, que me acompañó a vivir esta experiencia en Nueva York, a muchos amigos que me han seguido a distancia y a mis compañeros de entrenamiento, especialmente a Jose ("el pollero"). Gracias a que me llevó con "la vara" a hacer seismiles a 4.30 por el parque Polvoranca creo que he podido aguantar con dignidad hasta el final.

viernes, 29 de octubre de 2010

Maratón de Nueva York: cuando llega el librito


Ya sabéis, una maratón se empieza a correr cuando uno piensa en correrla. A partir de ese momento uno empieza a poner ilusión en ese proyecto. EN el caso de la Maratón de Nueva York, en mi caso, podría decirse que eso ocurrió hace bastantes años. De hecho, si hoy corro maratones es porque un día pensé en correr en Nueva York y decidí que antes de intentarlo tenía que foguearme antes en alguna “menos importante”. Y por eso llegaron cinco maratones de Madrid, San Sebastián, Toral de los Vados, Marrachech, Oporto, Zaragoza, Sevilla, Boston,… Y ya van doce. Llevaba dos años jugando a la Lotery de New York (*) y pensaba que hasta el cuarto año no podría correrla, pero a finales del año pasado, conseguí mi “qualifying time” gracias a una media maratón. E inmediatamente pedí que me lo homologaran y me inscribí. Por fin iba a llegar NY. Pasé el verano entrenando pensando ya en NY y todos estos meses afanándome para llegar bien a la cita, para poder disfrutarla. Y se acerca el momento. Ya desde hace un par de semanas, cuando lees o ves noticias de la maratón (al estar inscrito, la organización te manda regulares “newsletteres”), empiezas a ponerte nerviosito. Y ya desde hace días empiezas a sufrir el llamado síndrome de la maratón (se le llama realmente de una forma algo más fea) y es que empiezas a ver nubarrones por todos los lados: que si hoy me siento muy pesado corriendo ¿estaré bién?, que si he empezado a coger algo de peso, que si me empieza a doler aquí o allá, que si tengo tos,… Pasa en casi todas las maratones que he corrido, y por lo que se le pasa a mucha gente. Nos escudriñamos con todo detalle persiguiendo cualquier anomalía física que nos pueda alejar del sueño de cruzar el 7 de Noviembre el puente de Verrazano con otros miles de ilusionados maratonianos, en esa imagen tan repetida por televisión. Hoy faltan ocho días y me encuentro en el correo “el librito”. Ya al ver el sobre con el logo de “New York Runners” el corazón se empieza a acelerar. Es el “Official Handbook”, que ya me había bajado de internet, pero este es el auténtico, con sus fotos, colores, mapas, pistas, trucos, publicidad. Ya lo había mirado, pero bvuelvo a leerlo con detenimiento, con delectación. Disfrutando de cada página, de cada anuncio. Ya ha llegado “el librito”. El movimiento de mariposas en el estómago empieza a ser insoportable.

(*) Para correr en NY, o pagas a una agencia mucho dinero, o tienes "qualifying time", es decir un tiempo acreditado según tu edad, o puedes intentar conseguir el dorsal en una Lottery que si no te toca, alcuarto año de intentarlo te invitan (pagando, claro)

sábado, 16 de octubre de 2010

Florencia, desde mis zapatillas (2)

Mi anterior visita a Florencia fue muy rápida. Prácticamente un paseo nocturno (y una carrera diurna) mediante el que pude acercarme a la piel de esta ciudad considerada como la capital del Renacimiento. La visita fue tan breve que no me dio tiempo a enamorarme de la ciudad. Porque conocer Florencia con cierto margen de tiempo tiene el riesgo de enamorarse de la ciudad. En esta ocasión he tenido la oportunidad de poder visitar con más detenimiento algunas de las joyas de Florencia y de disfrutar con la boca abierta, por el asombro, de algunas de las obras maestras más importantes de nuestra civilización occidental. Pintura, escultura, arquitectura (y también literatura, aunque para disfrutar de esta no hace falta venir a Florencia).
En cualquiera de las iglesias de Florencia, llama la atención la presencia de obras maestras. En forma de estatua, de relieve, de tumba, sobre lienzos, frescos que aún quedan cubriendo muchas de las paredes de la mayoría de las iglesias. Algunos templos aun conservan una gran parte de los frescos originales, en la mayoría de los casos bien restaurados. Resulta sencillo imaginar lo impresionantes que debieron ser cuando en su esplendor todo su interior estaba cubierto de frescos a modo de pequeñas capillas sixtinas. Por si fuera poco, uno puede impresionarse con pintura visitando la Galería delli Ufizzi, donde no hay la abundancia de escuelas ni el tamaño de nuestro museo del Prado, pero donde podemos encontrar piezas únicas, maestras, incomparables, de todos los grandes maestros del Renacimiento. Florencia es además la ciudad de la escultura. Por cualquier sitio nos encontramos estatuas, de bronce, de mármol. La gran estrella es, cómo no, Miguel Ángel, y su David perfectamente situado en la Academia, pero no olvidemos obras como el Perseo, o el rapto de la Sabinas (en la Logia dei Lanci), ni los monumentos funerarios de la familia Medici, en la capilla del mismo nombre, ni tantas otras obras maestras. Y esa iglesia de la Santa Cruz… Si, esta vez he tenido tiempo suficiente de enamorarme de Florencia. Dejo esta ciudad con el dolor que se siente al dejar un ser querido, pero con la esperanza de volver algún día.

Una estancia algo más larga me ha permitido explorar algún nuevo circuito para correr por la ciudad. Durante varios días he corrido en paralelo al río, desde el puente Americo Vespucci, alcanzando el parque dele Cascini. Es un recorrido plano que permite disfrutar de una agradable vista y entorno, que se comparte con muchos otros corredores, ciclistas, paseantes,… Hay varios kilómetros marcados en el suelo cada cien metros. El único aspecto negativo en que en algunas zonas uno se cruza con nubes de mosquítos pequeñísimos que ni tan siquiera se ven, pero que te cubren todo el cuerpo. Afortunadamente las nubes duran unos cuantos metros que te obligan a hacer un improvisado farlek. Una alternativa a este circuito (para evitar los mosquitos) es cualquiera de las vías paralelas que corren por el parque más hacia el interior de la ciudad, pero esto queda para otro viaje.

Una vez más, las zapatillas me llevaron a un paraje bellísimo: la vista que de Florencia se puede disfrutar desde la Iglesia de San Miniato del Monte, al otro lado del río. Por recomendación de mi amigo y colega Efraín, un día enfilé por el Ponte Veccio hacia la calle de San Giorgio. Mi amigo no me advirtió de la cuesta que me esperaba, pero apretando los dientes llegué a lo alto de la calle, casi donde confluye con el Forte di Belvedere (a mitad de la cuesta está una de las supuestas casas de Galileo). El camino que lleva hacia San MIniato discurre por un desvío que se toma hacia la izquierda, una vez uno se encuentra con el Fuerte Belvedere, pero por error me fui por la Vía de San Leonardo hasta que llegué al Vial Galileo lo que aumentó mi sufrimiento un par de kilómetros. Cuando caí en mi error, di la vuelta y por casualidad conseguí dar con el camino que lleva casi hasta la base de la subida desde el río, cuesta que acaba en una escalinata que conduce directamente a la Iglesia. Cuando corres hacia arriba no eres consciente de la vista que se va construyendo a tu espalda. Cuando llegas, recuperas el resuello y te das la vuelta, VES Florencia. De un vistazo toda la ciudad, a la derecha el Duomo y el Campanile. Un poco más cerca el Palazzo Vecchio, el río, los puentes… Esta es LA VISTA, la mejor vista de Florencia. La ciudad en todo su esplendor. Mereció la pena el esfuerzo. Merece la pena llegar hasta allí solo para disfrutar de esa imagen que será difícil olvidar.

Si, esta vez me va a resultar más difícil olvidar Florencia.


Fotos cortesía de mi compañera Mónica :-)

lunes, 13 de septiembre de 2010

Bruselas


Siempre que viajo a Bruselas es para una reunión, como a casi todos los sitios que viajo por motivos de trabajo. Pero en Bruselas siempre las cosas van muy ajustadas de tiempo y la agenda suele ser aeropuerto-reunión-hotel-reunión-aeropuerto, sin tiempo para ver nada. Aun así, son tantas las veces que he tenido que viajar a Bruselas que cada vez vas viendo cosas. Especialmente, siempre procuro sacar un rato para ir a pasear por la Gran Plaza. EN este caso, las cosas pintaban mal, pero un cambio de agenda de última hora me dio un par de horas libres por la tarde. Como ya no viajo sin mis zapatillas, ¿Qué mejor ocasión para darme una vuelta por Bruselas y volver a ver la Gran Plaza?.Mi hotel está cerca de la Plaza Louise. Desde allí me dirijo hacia el cercano Palacio de Justicia. Desde allí, por la calle de la Regencia, se llega al Parque de Bruselas, uno de los sitios donde los locales van a correr. Se entra por la esquina que comparte con el Palacio Real, majestuoso, pero un poco gris si lo comparamos con otros, in cluyendo el de Madrid. El Parque de Bruselas es un lugar agradable para correr. Tiene forma rectangular, el suelo es de arena, la temperatura perfecta (un poco fresco, pero no mucho), un poco húmedo,… En un lado del parque hay una preciosa fuente redonda (dicen que representa un símbolo masónico). Después de dar unas vueltas decidí dirigirme a mi objetivo: la Gran Plaza.
Salí por la misma esquina por la que entré y antes de cruzar el precioso parque que hay junto al palacio de exposiciones, atravieso la calle Ravenstein. Esta calle tiene un especial recuerdo para mí. Durante años estuve asistiendo a reuniones de un comité que se celebraban en un edificio antiguo situado al principio de esta céntrica calle. MI primer encuentro con Bruselas fue por culpa de esas reuniones. Al final del parque hay un espacio abierto donde han situado distintas esculturas. Y de ahí, callejeando se llega a la Gran Plaza.
Siempre que he estado en la Gran Plaza me ha parecido una de las plazas más hermosas que he visto. Perfectamente conservada, con su suelo de adoquín. Con esos edificios renacentistas y góticos civiles (tan difíciles de ver en España, donde casi todo el gótico es religioso). Tiene un encanto especial, y siempre merece la pena visitarla. Corro un par de vueltas entre los turistas, que me miran como si fuera un marciano. Paso fugazmente para ver a los muñecos de soldados ahorcados de la taberna ‘El rey de España’ (en Flandes no dejamos un buen recuerdo, creo) y salgo de la plaza por una de las calles laterales del Ayuntamiento (Karel Bulsstraat), para hacer una breve visita al Niño Meón de Bruselas (Manneken Pis). Antes de llegar al Menneken Pis, a la izquierda hay la estatua en bronce de un personaje acostado (un príncipe muy querido por la ciudad). Dicen que tare suerte tocarlo y la estatua está totalmente pulida de los sobeteos que le da el personal supersticioso. A un par de calles está el Niño Meón, una de las estatuas de referencia en Bruselas. Si alguien espera algo espectacular, que se olvide. Es muy, muy pequeño. En esta ocasión vestido con un uniforme para la ocasión (posiblemente alguna conmemoración de la ciudad; al niño se le viste con frecuencia en función de las festividades), por lo que no lo vi en su habitual desnudez.
Volví a la plaza sobre mis pasos para regresar al hotel. Ahora el regreso es cuesta arriba y ya empiezan a pesar un poco las piernas. Gracias a mis zapatillas volví a disfrutar, aunque de forma un poco apresurada, de la Gran Plaza.


Fotos cortesía de mi compañera Mónica

domingo, 5 de septiembre de 2010

Dos meses para Nueva York


La primera vez que visité Manhattan, me parecía que ya había estado allí. Cualquier aficionado al cine, ha visto innumerables secuencias en películas donde se ven edificios, vistas, entornos de esta ciudad. Por eso cuando paseas por primera vez por sus calles no te sientes extraño. Parece que ya has andado por allí, y aunque parezca mentira sientes un poco que esa ciudad es tu ciudad. He vuelto a Nueva York muchas veces. Y tengo recuerdos imborrables de mis visitas a Nueva York. Allí he estado con mi mujer y mis hijos, con amigos, con compañeros de trabajo. También con personas que me han hecho daño. EN Nueva York me he encontrado algún famoso paseando por la Quinta Avenida, he visto un desfile del orgullo Gay, he regateado en el barrio chino, he visto jugar al baloncesto en sus calles, he vivido la mayor tormenta con rayos de mi vida, he pasado frío y calor, jugar y apostar partidas rápidas de ajedrez en la esquina del parque Washington, he visitado todos los puntos de referencia (incluyendo las torres gemelas antes y después del 11 S), la pista de hielo del Rockefeller Centre, he tocado el piano gigante de Fao Swartz, subido al Empire (de día y de noche), he comprado un diamante en la calle 47, me he comido un perrito en la calle, he visto donde mataron a Lennon,… y siempre que vuelvo, regreso a muchos de estos lugares, bien porque me apetece, bien porque hago de guía gratuito para los amigos con los que suelo viajar. Cuando estoy solo, suelo regresar a mis sitios favoritos (que cada vez cuento menos porque con los años te vuelves egoísta). Y nunca me canso de volver a esa ciudad, que es de todos, porque así lo ha querido el cine.

También he corrido por Nueva York. Siempre que viajo, voy con mis zapatillas y he tenido la suerte de correr por sus calles y avenidas, y por Central Park. Correr por Nueva York, es cumplir con el sueño de cualquier corredor, porque también el cine ha convertido en un icono el correr por esta ciudad. Y la ciudad respeta a los que corren, sabiendo que es un atractivo más de la ciudad. Y Central Park está hecho para correr por sus calles y rincones. Nunca te sientes solo corriendo por Central Park. Siempre hay gente corriendo, da igual la hora o el día.

Y otro sueño de cualquier corredor es correr algún día la Maratón de Nueva York. Esa imagen repetida todos los años por televisión de miles de corredores atravesando sus puentes es un poderoso imán para los que corremos como afición. Y esa multitud animando por las calles y sobre todo al entrar en Central Park…

Tengo la suerte de estar a dos meses de ese sueño, que no es tan fácil de conseguir. Ya estoy metido de lleno en la preparación de esa carrera, para que si llego al corral de salida, poder disfrutar al máximo de esa experiencia. Ya pienso en las muchas etapas que todavía me quedan por cubrir para estar en ese corral: entrenamientos, carreras, viaje, feria del corredor, madrugón, ferry de Staten Iland, las carpas,… Pienso vivirlas todas con toda la intensidad que pueda, porque luego todo pasa muy rápido. Empecé a correr maratones para poder estar algún día en ese corral.

Si no me ocurre nada imprevisto, espero correr la Maratón de Nueva York dentro de dos meses y dos días. Será mi maratón número 13, mi segunda Major después de Boston. Ya vuelvo a tener esas mariposas en el estómago.

sábado, 14 de agosto de 2010

¿Cómo has quedado en la Maratón?

Esa es la pregunta. Esa es la pregunta que peor sienta a un corredor popular que corre maratones. O quizás siente peor ¿en qué puesto has quedado en la maratón?, que es parecida. Y por lo que he hablado con algunos corredores profesionales, a ellos tampoco les hace mucha gracia.

Hace tiempo, un periodista le preguntaba a un corredor de maratón, antes de la prueba, qué cómo veía a los rivales, de cara a la posibilidad de vencerles. El corredor le dejó literalmente planchado (en un periodista deportivo el desconocimiento es más grave) contestándole: “en la maratón no hay rivales; tú eres tu propio rival; el resto de corredores son compañeros”.

Hacer este tipo de preguntas refleja un profundo desconocimiento de lo que es un maratón. Que es mucho más que una carrera. Mucho más que una distancia.

Sin considerar el factor humano, del que luego hablaré, existen numerosos posibles problemas que pueden provocar que no acabes una maratón. Suponiendo que la hayas preparado correctamente (es decir, que durante varios meses te hayas sometido a un entrenamiento específico donde combinas sesiones de muchos kilómetros con otras de menos pero más intensas, series de calidad, gimnasio, etc; y esto es igual seas popular o profesional, en el caso de estos últimos multiplicado por dos o por tres…), corriendo una maratón, después de un determinado instante donde ya has consumido todos tus hidratos de carbono, empiezas a tirar de glucógeno y después de grasas, y llega un momento donde no tienes nada de lo que tirar, nada que quemar, y llegar a meta es un puro ejercicio mental. Pero además puede hacer frío, y puedes entrar en hipotermia (no tienes calorías que te permitan generar calor), o puede hacer mucho calor y te puedes deshidratar, o sufrir un colapso por falta de sales. Puede nevar, llover, hacer viento.

Pero a todo lo anterior hay que sumarle el factor humano: tú y tu cabeza. Tú y tus decisiones. Te puedes equivocar y elegir mal el ritmo de carrera, y los síntomas de agotamiento pueden aparecer muchos kilómetros antes. O te puedes equivocar en el tipo de entrenamiento que a ti te conviene, y el sufrimiento al final de la carrera puede ser inaguantable. O sencillamente, no has entrenado suficiente y no estabas preparado para afrontar ese esfuerzo. O no te has alimentado bien las semanas previas a la carrera, no almacenando la suficiente energía para superar los primeros treinta kilómetros con cierta dignidad. O has elegido mal la ropa que llevas, la gorra o la camiseta. O no te pusiste suficiente vaselina allí donde más roza. O se te ocurrió probar un nuevo gel de glucosa en la carrera y te sentó mal. Pero incluso entrenando bien, eligiendo bien el ritmo, hidratándote de forma correcta, alimentándote de forma apropiada, incluso haciendo todo eso bien, por alguna causa no prevista te puedes lesionar a mitad de carrera y esa lesión te obligará a dejarla: calambres, tirones,… ¿son lo suficientemente graves? No distingues si ese dolor puede ser importante o es solo fruto de la propia carrera. Tu cabeza empieza a cavilar la posibilidad de retirarte, más que nada porque si te pasas, a lo mejor es tu última carrera. Solo después de correr varias maratones puedes (y no siempre) distinguir lo que es ‘normal’ de lo que es ‘extraordinario’, teniendo en cuenta que todo lo que sientes es extraordinario.

Se puede correr una maratón de diversas maneras, pero si la corres tratando de cumplir un objetivo de tiempo, siempre se sufre. Seas popular o seas profesional. Llegará un momento donde ese sufrimiento hará que tu cabeza te plantee dudas. Sobre si debes seguir o abandonar. Sobre si merece la pena ese sufrimiento. Y es ahí donde la fortaleza de tu mente te permite superar esas dudas y seguir adelante no con las piernas, sino con la cabeza. Corres como un autómata. ‘No hay dolor’, piensas zancada tras zancada. No te paras, porque sabes que como pares es posible que no vuelvas a correr. Te apoyas en esos amigos que te gritan al final dándote ánimos, llevándote en esa nube que solo conocen los que han estado allí arriba.

Cuando acabas una maratón, donde a veces renuncias a mejorar tu tiempo por ayudar a un amigo, o para evitar una lesión, o donde la lluvia o el calor han convertido la carrera en algo realmente duro y aun así te ves recorriendo esos últimos 192 metros con la pancarta de META al fondo, o donde después de sufrir mucho consigues tu objetivo ‘sub-algo’ y te sientes como si hubieras batido el record del mundo (de hecho has batido TU record del mundo), sientes una felicidad difícilmente comparable con nada. Has terminado, lo has conseguido. Acabar una maratón, acabes como acabes, siempre es un triunfo, porque has superado todo un mundo de inconvenientes, y sobre todo porque tu cabeza ha vencido a tus piernas.

Cuando después de esa experiencia casi mística alguien te pregunta: ¿En qué puesto has quedado? O ¿cómo has quedado?, realmente no sabes ni qué contestar ni cómo tomártelo. Yo, desde hace mucho tiempo siempre contesto lo mismo: “Quedé primero de mi categoría”. A veces, alguno de los ignorantes que preguntan, insisten: ¿Cuál es tu categoría? Y mi respuesta, siempre sonriendo, siempre es la misma o parecida: “varones nacidos en Melilla el 4 de mayo de 1959” (hasta ahora, que yo sepa, siempre he sido el único y el primero en mi categoría).

miércoles, 11 de agosto de 2010

Sudor

Recorrido Playazo-Camino de Arriba-Camino de En Medio-Playazo

Antes de empezar a correr, ya estoy sudando. No sé a qué temperatura estamos, pero hace mucho, mucho calor y hay mucha humedad. Arranco justo en la desembocadura del río Chillar, en un lado de la playa conocida como el Playazo. Y echo a correr hacia Marinas de Nerja por el camino que bordea la playa. El camino es llano y corre una ligera brisa, pero la llevo a la espalda, por lo que no noto ningún alivio térmico. El calor es aplastante. Intento fijar un ritmo cómodo, pero incluso yendo despacio se hace fatigoso el correr. No han pasado cinco minutos y ya tengo en la camiseta un medallón del tamaño de un melocotón a la altura del esternón y otro un poco más pequeño a la altura del ombligo. Sudor.

Siempre he dicho que me gusta correr con calor, porque hasta que no rompo a sudar no me encuentro cómodo… Ahora no te quejes.

Llego al final del Playazo y tuerzo a la derecha para, cruzando la antigua N-330, tomar la rivera de un arroyo seco que cae al mar entre cañaverales. El camino es como una mufla de cañaverales, donde el poco aire que corre es caliente. Ya no tengo medallones en la camiseta, sino una banda ancha que me cubre todo el pecho de arriba abajo. Sudor.

Paso por delante de la entrada al ‘Camino de En medio’ una carretera rural que discurre paralela al mar, por encima de la antigua nacional, entre huertos, un camino agradable de pasear (cuando el sol ha caído). Pero sigo adelante entre los cañaverales, hasta encontrar lo que yo llamo ‘el camino de arriba’. Está más alejado del mar, pero también discurre paralelo al mar entre huertas. La diferencia es que, desde este lugar, tiene por delante un desnivel importante hacia arriba. Siete cuestas, o cinco cuestas, según se cuenten. Algunas de desnivel importante. El paso se reduce, y noto que todo mi cuerpo suda.

Solo llevo recorridos 3 km y tengo de cara una de las cuestas de más desnivel, cuando casi estoy arriba, me caen unas gotas en las manos. ¡No puede ser, no puede estar lloviendo! Mi gorra se había empapado y desbordaba el sudor por la visera. No era lluvia, solo sudor.

AL final del Camino de Arriba, se llega a un pequeño polígono y a través de una pequeña carreterita a la antigua carretera de Frigiliana (hoy ramal que une la antigua N-340 con la autovía A7). Tiro hacia abajo, un respiro de cuesta abajo. Esta vez el viento me da algo de cara, por lo que se mitiga un poco la sensación de asfixiante bochorno.

Al llegar a la rotonda esta la entrada, por el otro lado, del Camino de En medio. Es un paseo agradable cuando no hay sol, ya que es un falso llano, que tomado desde este lado pica más hacia abajo que hacia arriba. La mayoría del camino permite ver a la izquierda, al fondo, el mar. De frente la montaña. Y a los lados las huertas llenas de todo tipo de frutales: platano, mango, limón y, sobre todo, aguacate. Para algo estamos en la parte más tropical de Europa. También se ven parras, melones, chumberas, un poco de todo. Y sobre todo soledad. Y la mayoría del tiempo silencio. Silencio que solo se rompe de vez en cuando con algún perro que trata de defender sus dominios detrás de una verja, alguna moto rural que viene o vá y las chicharras, que con tanto calor, entran en sintonía y vibran de forma característica. Se acabó el aire de levante que me daba de frente y otra vez me oigo respirar y noto como el sudor me cae, haciéndome cosquillas, por la espalda.

AL final del camino se vuelve a llegar al sendero en la vereda del arroyo seco, en medio de dos filas de cañaverales. Aunque la ligera brisa esta vez es de frente, apenas se nota y vuelve a arreciar el bochorno. Por fin llego a la N-340 que cruzo para llegar, de nuevo, a El Playazo.

La entrada a la playa se hace a través de una pequeña vaguada (de hecho la desembocadura del arroyo seco, que marca territorio para dejar memoria de que de vez en cuando trae agua), y se nota, aunque parezca mentira que pueda hacer más, un bofetada de calor. A los pocos metros de correr junto al mar, una pequeña brisa te ayuda a sobrevivir.

Ya solo me queda poco más de un kilómetro para llegar a mi meta, pero ese kilómetro, totalmente llano, se me hace muy cuesta arriba. Me quito la camiseta, totalmente empapada, para darme la ilusión de que así tengo menos calor, y por lo menos me quito un peso de encima. En los últimos metros, la pesadez de las cuestas del Camino de Arriba me pasa factura. Y finalmente llego. AL ritmo que he corrido, muchos de mis amigos corredores dirían que he hecho unos pocos kilómetros ‘basura’, pero yo me siento igual de feliz que si hubiera acabado, por lo menos, una media maratón.

Busco una sombra con desesperación para poder estirar, y después de diez minutos, satisfecho, me voy a bañar. Allí donde estuve estirando dejé en el suelo un charco de sudor. Solo sudor.

domingo, 25 de julio de 2010

San Lorenzo 2010. El último día de clase.

Acudo a esta carrera con la pequeña inquietud de ver qué sensaciones tengo después de la lesión de costilla que creo ya he superado. Y en ese sentido, la cosa ha ido bien. He tenido buenas sensaciones.

Pero quería transmitir otras sensaciones de esta carrera más allá de lo deportivo. Sale cerca de Lavapiés y enfila por distintas calles del centro de Madrid, incluyendo un paseo por delante del Palacio Real y la Puerta del Sol. Se pasa por la Cibeles y Neptuno, frente al Museo del Prado. Hay una bajada hacia San Francisco el Grande auténticamente preciosa. La carrera se hace algo dura (tiene varias cuestas nada despreciables), pero puede ser, casi con seguridad, la carrera más bonita de Madrid.

La carrera comienza a las 9.30, por lo que no se coge mucho calor, y suele tener dos avituallamientos de agua. EL trato al corredor es, además, bueno. Camiseta técnica y medalla.

Y la sensación de ir al último día de clase. Yo no dejo de correr en verano, pero esta carrera me da un poco esa sensación. Es la última semana de Julio, justo antes de mis vacaciones. Nos vemos muchos amigos (tanto foreros como blogeros), nos despedimos con los mejores deseos, con esa sensación de último día de clase. Muchos. Muchos amigos y luego una caña de despedida. En septiembre volveremos a clase.

sábado, 19 de junio de 2010

El primer paso

Todo el ritual, como si fuera un gran día. Selecciono una camiseta técnica, pantalón, calcetines, me coloco el cronómetro. ¿Me pongo gafas de sol? Al final no me las pongo. Nervios. Me calzo las zapatillas. Aprieto los cordones, con lazo alto. Bajo a la calle. Hace un día perfecto para correr. Comienzo una serie de estiramientos (¿se me olvida alguno?). Y me pongo a correr. Ritmo suave (¿a 6 el km?). Vigilo cualquier sensación rara. Parece que todo va bien. Diez minutos. Me noto fatigado, pero pronto se me pasa esa sensación. Empiezo a ir cómodo. Doy tres vueltas al tartán del parque del Canal. Vuelvo a casa. Han sido 25 minutos justos. Paro a estirar. Otra vez la rutina de estiramientos. Las piernas me pesan como si hubiera corrido dos horas, pero me siento bien y no me duele nada. Hoy hace justo seis semanas que tuve que dejar de correr. Prueba superada. Hoy he dado el primer paso de mi próxima maratón.

martes, 30 de marzo de 2010

Boston Marathon 2010



Capitulo 1. El viaje.
Como en todos los viajes a EE.UU. desde Madrid, hay que personarse en el aeropuerto bastante antes de la hora de embarque, para poder cumplir con todos los requisitos de seguridad (que más bien debiéramos llamarlos requisitos de incomodidad, porque me cuesta creer que todo el paripé que se hace contribuya a mejorar en nada la seguridad). Para colmo se anuncia un retraso en el vuelo de más de hora y media. Cuando ya parece que vamos a embarcar, nos acercamos (mi hermana Bea que viaja conmigo y yo) a la puerta asignada, y por estadística, me toca pasar un último control con cacheo incluido. Nos sentamos en un lugar un poco apartado y se desencadena una situación que casi me deja en tierra. Noto un picor en la nariz, casi en la punta, e instintivamente meto un dedo por el orificio y me rasco. Y de pronto empieza a manar sangre como si se hubiera abierto un grifo. Quince minutos antes me había tomado una aspirina para incrementar la fluidez de la sangre (siempre lo hago en vuelos largos para evitar el síndrome de la clase turística). Aquello no era sangre, era agua roja cayendo al suelo de forma llamativa e imparable. Rápidamente me introduzco un pañuelo de papel tratando de taponar semejante manantial. Compruebo con estupor como el pañuelo, en pocos segundos, no solo no tapona la mini herida, sino que la sangre, por un lado empapa, cala y empieza a gotear, y por otro empieza a inundarme la garganta. MI hermana vuelve de un servicio con abundante papel higiénico con el que reemplazamos el supuesto tapón y limpiamos, de mala manera, el charco del suelo. Empieza a haber alguna persona que, de lejos, mira de forma sospechosa. La operación se repite varias veces y el pánico empieza a cundir. Aquello no hay quien lo pare. En una de las ocasiones, la sangre me hace toser, y al tiempo que el tapón de la nariz se dispara, toso abundante sangre con grandes cuajarones. Decidimos preguntar por algún tipo de ayuda médica, a riesgo que no me dejaran subir al avión. En toda la terminal satélite de la T4 no hay un solo punto de asistencia sanitaria, y me indican que al otro extremo de la terminal, ‘puede’ que exista un botiquín. Salgo de la zona ‘segura’, dejando a mi hermana con todo el equipaje de mano, corro al otro extremo de la terminal con una mano presionándome la nariz y allí me informan que el botiquín está en la planta de abajo, fuera del control de pasaportes. ¿Y si me da un ataque al corazón?, pregunto. La respuesta es una mueca. Decido volver, ya que si bajo pierdo el avión con toda seguridad. A todo esto, tapono como puedo mi nariz con abundante papel y vuelvo corriendo hacia la zona de embarque. Me meto en los servicios más próximos, y sobre un lavabo hago el enésimo cambio de compresas. Aquello sigue imparable. Empiezo a ser consciente de que en esas condiciones no me iban a dejar subir al avión. Mi sueño bostoniano estaba a punto de morir.
A falta de unos minutos para embarcar, decido pinzarme con fuerza la nariz, sin ningún tipo de compresa en su interior. Aprieto con fuerza durante algunos minutos. Con la otra mano preparo una compresa de menor tamaño para que no fuera muy llamativa, suelto la otra mano y me la meto en la nariz. EL aspecto es parecido al de un algodón que me hubieran puesto en un servicio sanitario. Preparo en mi bolsillo material para reponer la compresa y me dirijo, con paso firme y erguido al control de seguridad. ¿Ha resuelto el asunto?¿Le han atendido?. MI respuesta es “si, ya está resuelto, me han atendido perfectamente”. Y me dirijo a la cola de embarque, donde mi hermana espera nerviosa. Me mira y pregunta, ¿te han atendido?. En voz baja le explico lo ocurrido y le digo que en cuanto empiece a aparecer color rojo por la base del tapón que llevo, me lo diga para hacer un rápido cambio y poder, al menos, subir al avión. Milagrosamente, la compresa permaneció blanca. La hemorragia se había parado en el último minuto. AL entrar, la sobrecargo del vuelo, enterada de la situación, me vuelve a preguntar por la atención médica. “Todo perfecto”, contesto. A mí no me bajan ya de ese avión de ninguna manera.
Durante la comida, para completar el cuadro de una nariz totalmente hinchada, me eché encima un vaso entero de agua, por lo que una horas más tarde entré en los Estado Unidos como si me hubiera meado. En fin, empezando así el viaje, las cosas a partir de entonces solo podían mejorar. Y así fue, porque por primera vez en mi vida, después de numerosos viajes a EE.UU. la operación inmigración-aduana.equipajes, duró escasamente media hora (en mi último viaje a Washington fueron casi tres horas).

Capítulo 2. Boston, los bostonianos y la maratón de Boston.
Dicen de Boston que es la ciudad más europea de EE.UU. Y es verdad, aunque habría que decir que es la ciudad más británica de EE.UU. Boston recuerda a algunos barrios de Londres, donde hay esas casas que tan bien han sido utilizadas en el cine y la televisión para reproducir la sociedad victoriana con los mundos paralelos de “arriba y abajo”. Las calles tienen nombre, no números, y aceras por las que se puede pasear. Boston recuerda a tantas ciudades británicas pequeñas con ambiente de pueblo, con muchos árboles que están en flor. Pero Boston no deja de ser una ciudad de EE.UU, con su señalización característica, sus rascacielos en la zona más financiera. Boston es además, Cambridge, con la Universidad de Harvard, con el MIT, con el río Charles. Boston es una ciudad limpia, donde todo, incluso los edificios más antiguos, parecen que están nuevos. Ciudad amable, por la que se puede pasear. Con rincones típicos (algunos inmortalizados por el cine o la televisión), lugares comunes,... Una ciudad amigable.
Los bostonianos son, la mayoría, blancos anglosajones (católicos o protestantes). Son gente muy educada y amable. Cuando algo sucede una vez, puede ser casualidad; cuando sucede varias, ya se puede considerar pauta. Si te paras a hacer una foto, alguien te pregunta si quieres que te la haga; si te paras a consultar un plano, alguien te pregunta si te puede ayudar a encontrar un punto de interés,… Los peatones cruzan las calles, en muchas ocasiones en rojo, y en otra por lugares donde, a priori, no se puede; los coches, los automovilistas, no solo no pitan e increpan a los osados, sino que esperan pacientemente a que crucen la calle.
Y los bostonianos se vuelcan con su maratón. Saben que es un acontecimiento deportivo popular de importancia mundial. Toda la ciudad vive para la maratón. EN restaurantes y tiendas se da la bienvenida a los corredores. SI alguien descubre que vas a correr la maratón, te trata como si fueras un héroe, o un deportista de élite. Y todo el mundo sabe lo que es una maratón, es decir, mucho más que una carrera de mucha exigencia de más de 26 millas. Y los bostonianos asumen las incomodidades que supone una maratón de esta envergadura (casi treinta mil corredores) en su ciudad, porque los bostonianos aman las tradiciones, y esta carrera, que este año cumple 114 años, es una tradición que se corra el `Patriots day’, fiesta en Massachusetts todos los años el tercer lunes de abril. Todo el mundo en Boston sabe que el lunes que se celebra la fiesta del Patriota, se corre la Maratón. A todas horas se ven bostonianos corriendo por la calle: jóvenes, mayores, hombres, mujeres, con lluvia, con frío, con sol,…. Se ve que aquí, el correr, es algo que se lleva dentro. También es verdad que la ciudad tiene recorridos idílicos para correr y que el resto de ciudadanos respetan a los que corren por la calle.

Capítulo 3. La feria del corredor.
Se podría describir solo con el apelativo “impresionante”, pero no se haría justicia. Perfectamente organizada la entrega de dorsales, bolsa del corredor con opción de probarte la camiseta, puestos de información, cientos de voluntarios al servicio del corredor y sus dudas. Trato amable y exquisito. Y una feria enorme de productos vinculados con el “running” (zapatillas, ropa, productos para mejorar rendimiento, publicaciones, alimentación,….. hasta algún stand de coches). Con precios y ofertas atractivas, de todas las marcas imaginables. Con saldos. Regalos. Productos oficiales de la maratón (algo caros). UN porcentaje muy alto de corredores se compra la sudadera o el chubasquero oficial y lo lleva con orgullo por toda la ciudad, dando un colorido característico (azul). Cientos de ‘stands’. Salí de allí con mi dorsal y bolsa del corredor, algunos regalos… y con dos pares de zapatillas que me costaron, las dos, un treinta por ciento menos que un solo par en España...

Capítulo 4. Los prolegómenos.
Son las 5.15 am. Casi 5 horas antes de la carrera. Suena el despertador, aunque yo ya llevo un buen rato despierto. Entre el cambio horario, los nervios típicos previos a una Maratón, no se puede decir que hay dormido mucho. Me levanto a desayunar y prepararme (ropa, zapatillas, chip, vaselina, esparadrapos, gps, gafas de sol, gorra,… ¿Me falta algo?. Repaso mentalmente todo. Camisetas para tirar, ropa seca para la llegada,…
5.45 Me dirijo al metro para ir hacia Boston Common, lugar desde el que salen los autobuses hacia la salida de la maratón: Hopkinton, pequeño pueblo desde el que hace 114 años sale la maratón de Boston. Los de la primera oleada (hay dos oleadas) tenemos que estar allí sobre las 6-6.30. Como no se qué problemas se me pueden presentar, por si acaso, salgo con tiempo. Llego en unos quince minutos y todo está perfectamente organizado. Muchos voluntarios organizando a los corredores.
6.00 horas. Faltan cuatro horas para que arranque la carrera y estoy en un aun ‘schoolbus’ amarillo, de esos que salen en las películas. El autobús sale hacia Hopkinton, donde llegamos en una hora. Hopkinton es un pequeño pueblo de casas aisladas, unifamiliares, de esos que se ven con frecuencia en las películas americanas. Todo es como de película. Paisaje verde, porches, banderas,…
7.00 horas. Faltan tres horas para que empiece la carrera. Llegamos a la Villa del Corredor. Un espacio enorme habilitado para que esperemos la hora de empezar a correr. Grandes carpas para protegernos de la lluvia, en su caso, y abundante café, agua, bebidas isotónicas, bagels, plátanos, barras energéticas,… a discreción. Veo gente muy preparada para la situación: sacos de dormir, mantas,… por supuesto ipods. ¿Dónde meterán todo después?. También los hay con lo puesto. Yo estoy en una situación intermedia. Tengo un gran chubasquero de plástico que extiendo en el suelo y sobre el que me puedo tumbar en una zona al solecillo. Después de tomar un segundo desayuno (café, plátano, bagel). Me tumbo relajado dispuesto a dejar pasar el tiempo de la mejor manera. Música cañera de fondo (con mucho guitarreo) y cada minuto que pasa más animación. Llega un momento en que casi toda la superficie del suelo está cubierta por el espacio vital de corredores o grupos de corredores, tapando el césped. Voy al baño de campaña, bebo agua, y vuelvo a mi pequeño reducto sobre el césped.
9.00 horas. Una veterana corredora en Boston me pregunta “¿en qué oleada sales?”. “En la primera”. “Pues yo de ti me iría moviendo”. Y tenía razón. Recojo mi tenderete y me voy hacia los ‘autobuses guardarropa’ (los mismos schoolbus que nos trajeron’. Otra vez perfecta la organización. Antes otra vez al servicio (ya empieza a haber grandes colas). A falta de 40 minutos para salir, tengo que decidir qué ropa llevar en la carrera. Me decanto por una camiseta de manga larga y sobre ella una de tiras con el dorsal (y una pequeña banderita española). Me quedo con otras dos camisetas puestas (hace bastante frío) para tirar en el último momento y el chubasquero de plástico. Cojo las gafas de sol y la gorra. Me dirijo hacia el corral número 13 (mi dorsal es el 12600), que está a diez minutos andando. AL llegar a la zona de corrales, última parada técnica en los servicios de campaña, esta vez con más tiempo de espera. AL final entro en el corral quince minutos antes de las 10.00. No fue malo el consejo de la veterana.
9.45. Quince minutos para la salida. Nervios, risas,… pero bastante menos bullicio que en las maratones españolas, donde es típico que la gente empiece a gritar o silbar. A cinco minutos, pasan dos aviones de combate en homenaje a los que corremos. Se canta en directo el himno nacional de estados unidos. Silencio sepulcral. Muchos cantan. Todos se llevan la mano al pecho. La ropa sobrante se recoge de forma ordenada (en Europa empiezan a volar las camisetas en todas las direcciones)
10.00 A varios cientos de metros se da la salida, y todos empezamos a andar. Pasados casi 9 minutos, paso por la alfombrilla de control y empiezo a correr.

Capítulo 5. La carrera.
Se arranca cuesta abajo, por lo que salimos bastantes lanzados. Luego, pese a una pendiente total descendente, la carrera es un continuo tobogán. Después de medio kilómetro, cientos de corredores hacen la primera parada técnica para desaguar. Y empieza el espectáculo. Desde el km 0 no hay prácticamente un metro de carrera sin público animando, especialmente en las entradas y salidas de los pueblos por los que se pasa, incluso en mitad del campo. A la salida de Hopkinton el griterío es ensordecedor. Gritos de ‘tu puedes hacerlo’, ‘animo’, ‘adelante’, ‘Boston está ahí’,… impresionante, y todo el rato así. Familias enteras en la calle, con sus sillitas y mesas de camping, dispuestos a echar toda la mañana viendo pasar la carrera. Muchos llevan su avituallamiento privado, agua, naranjas cortadas, plátanos,…
Y qué decir del recorrido. Se va pasando por distintos pueblos, a cual más bonito (Ashland, Framingham, Natick, Wellesley, Newton). Se cruzan por las ‘main street’: ayuntamiento, iglesia, departamento de bomberos, escuela, siempre abarrotadas de público animando de forma incansable. Cuando no se atraviesa un pueblo, se discurre por paisajes preciosos, de bosque, lagos,… Y siempre gente animando. En las zonas donde hay más personas, el ruido llega a ser ensordecedor. Muy al comienzo de la carrera conocí a María José, una madrileña que corría a un ritmo parecido al mío, y corrimos juntos hasta el km 30, donde una vez comprobé que andaba bien, intenté lanzarme a mejorar mi tiempo.
Cada cinco kilómetros (por cierto, la carrera está marcada en millas y en kilómetros, todo un detalle para los no-norteamericanos) hay una alfombrilla de control, por lo que tus amigos pueden ver por internet cómo vas (en algunos lugares hay webcams que retransmiten en directo toda la carrera por internet). En el km 20 un punto más de control, y un lugar con tradición en la carrera. Las residentes del colegio mayor de señoritas de Wellesley configuran el conocido y tradicional ‘scream tunnel’. Es decir, se desparraman a lo largo de todo un km con carteles donde, de forma individualizada dicen “Kiss me, I am from…” ó “Kiss me, I am a senior”, “Kiss me, I am sophomor”,… “Our energy for your kiss”. Es tradición parar a besarlas,… y yo soy fiel a las tradiciones. Las paradas (fueron cuatro) en el ‘scream tunnel’ me hicieron perder un minuto, pero como me dijo mi compañera de carrera “¿cuando se iba a repetir una situación así?”.
La segunda media maratón comienza con cierta dureza, especialmente por culpa de tres cuestas de cierta envergadura. La primera, a la altura del km 26 y la última, el famoso ‘breakheart hill’, que acaba en el km 33. AL final del ‘breakheart hill’ está la Televisión, para grabar los caretos del personal dejándose el resuello. La animación allí, punto supuestamente duro, es especialmente intensa. Superado este punto, la carrera discurre razonablemente cuesta abajo por lo que al final se puede acabar con dignidad. A esta zona ya llega el metro de Boston, y la gente animando, que hasta entonces era muy numerosa, se multiplica… Los toboganes del comienzo y estas tres cuestas a la altura del llamado muro, hacen que la maratón de Boston tenga cierta fama de ‘dura’. Quizás lo sea comparada con una maratón plana, pero nada que ver con Madrid. Hacia el km 40, un equipo sanitario estaba reanimando a un corredor de una parada cardiovascular; luego me he enterado que se recuperó.
La entrada al centro de Boston es sublime. Se entra desde el oeste, y al final se va paralelo al río, por la Commonwealth Av. y se acaba en Boylston St. Entrar en una meta de una gran maratón, con tanta gente animándote, es una sensación única.

Y cruzas la línea de meta… y vuelves a sentir el calor de los bostonianos, de una ciudad volcada con su maratón. AL llegar te miman. Te van dando cosas (agua, isotónicas, un platano, una bolsa con más comida,…). Cada voluntario, voluntaria te sonríe y te dice “buen trabajo”, o “bien hecho”, “enhorabuena”. Te muestran su admiración y te transmiten cariño. Te sientes único. Y te cuelgan la medalla que acredita que has acabado la Maratón de Boston (¡mi primera Major!). Te ponen una manta térmica sobre los hombros (te la ponen, ¿eh?), te la fijan para que no se te caiga. Más palabras cariñosas.

Y vas andando la senda final hacia el guardarropa, saboreando lo que acaba de ocurrir. Te duelen las piernas, pero como decía un cartel en mitad del ‘breakheart hill’: “el dolor es pasajero, el orgullo para siempre”.

Recojo mi ropa, me encuentro con mi hermana y nos vamos a casa.

Horas después, volvimos a pasear por la zona de la meta. AL igual que el resto de corredores, salí con mi medalla al cuello (eso nunca lo había hecho antes). Casi todas las personas con las que te cruzas, te sonríen y te felicitan… Y presenciamos la esencia de lo que es esta maratón y esta ciudad. AL haber pasado ya las 6 horas reglamentarias, la organización ya había recogido el tinglado, solo quedaba el arco de meta. Pero seguían llegando corredores, ahora uno, después de unos segundos un grupo de tres, luego dos, …, sin foto oficial, sin medalla, sin manta, sin agua,… Y seguía habiendo gente animándoles. Y la ciudad aun les mantenía el tráfico cortado. Después de ocho hora y media, entró la última corredora. Era una mujer muy mayor, con el pelo totalmente blanco, casi andando. Literalmente agotada. Detrás llevaba un coche de policía protegiéndola. A su lado un voluntario cuidando de ella. Me sumé al pequeño grupo que aun animaba. EN la meta había una cámara de televisión esperando para entrevistarla. Me sentí orgulloso de haber tomado parte en esta aventura.

P.S. Además hice MMP, pero eso no fue lo mejor.


(comida anterior y posterior a la maratón)

Más fotos

Los amigos de Corricolari han tenido la gentileza de publicar mi crónica ¡gracias!:
https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=explorer&chrome=true&srcid=0B2TPErlA5HdNZjVkMTBiNDMtMzM1My00NmM2LTk4MTktNzk1MGJiZDI5NTc0&hl=es

Maratón de Boston (2010). Quedan 20 días.


Empecé a correr la Maratón de Boston, cuando hace muchos años, posiblemente más de veinte, un domingo que bajé a comprar el pan a la calle Bravo Murillo, me encontré de frente con la Maratón de Madrid. Hasta ese momento es posible que ni siquiera supiera que existía tal maratón. Me paré a observar a la gente que corría. Y pensé “qué gente más rara, ¿para qué correrán tantos kilómetros?¿qué les impulsa a cometer semejante tontería?”. Antes de ese momento, la distancia más larga que yo había corrido eran 8 km, en unas pruebas para el ejército (y mi recuerdo de aquello no era, desde luego, placentero). AL rato de observar a la gente, que por aquel punto iban por el km 6 (aproximadamente), pasó corriendo un compañero mío de trabajo, un compañero que por aquel entonces ya había cumplido 50 años (por lo menos tenía 15 ó 20 más que yo). Y pensé “¿este tío, que me saca tantos años, es capaz de correr 42 km?”. Al rato ya había decidido que “algún día, yo correría UNA maratón”. Repito "UNA Maratón". Si correr ocho km era una hazaña para mí, la posibilidad de correr 42 era francamente muy lejana. Tenía que empezar a correr algo. A la media hora, mi reto vital dejó de ser “algún dia, yo correré UNA maratón” y pasó a ser “algún día yo correré la Maratón de Nueva York”. Cöño, si me iba a tener que esforzar para semejante reto, por lo menos que fuera a lo grande. Pero pasaron muchos años sin que todavía me pusiera un dorsal.

Empecé a correr la Maratón de Boston cuando, por fin, en el año 2002 corrí mi primera carrera Intercampus. Yo entonces no lo sabía, pero después de esa ‘mi primera carrera ‘ de 10 km, me aficioné, de verdad, a correr. UN año más tarde, afronté un reto que me pareció importante: la Media Maratón de Madrid. Nunca había corrido 21 km seguidos, por lo que no sabía si podría acabarla. Pero sí, pude acabarla (creo que en algo más de dos horas, aunque para mi lo único importante era acabar, y ni siquiera apunté cuanto hice). Ese mismo año, tres semanas después, acompañé a un amigo en sus últimos 15 km de la Maratón de Madrid. Viví el ambiente de la carrera por dentro, y decidí que el año siguiente, yo intentaría correr esa maratón. SI algún día iba a correr en Nueva York, antes tenía que demostrarme a mi mismo que podía acabar UNA maratón, no fuera que en Nueva York hiciera el ridículo.

Empecé a correr la Maratón de Boston cuando en el año 2004 acabé mi primera maratón en menos de 4 horas. La suma de sensaciones que experimenté en esa maratón, hicieron que nada más pasar la línea de meta, llorando, empezara a pensar en la siguiente. ¡Ya podía pensar en correr en NY!.

Empecé a correr la Maratón de Boston cuando descubrí que existían 5 Majors, 5 grandes maratones. Por supuesto estaba NY, la más famosa; pero también estaba Boston, la más importante, la más antigua. Y Londres, la más deseada. Y Berlín, la más rápida. Y Chicago,… Y descubría que en la mayoría de estas maratones se exigía una marca mínima para correr, o participar en un sorteo, o pagar,… o hacer trampas. Yo decidí que correría haciendo la marca que me exigieran. Cuando vi que para Boston necesitaba menos de 3h 35m y que para NY necesitaba 3h 30m (o 1h 40m en media maratón) y siempre que tuviera más de 50 años, pensé que era un sueño irrealizable. Y decidí que la satisfacción de acabar una maratón, fuera la que fuera, merecía la pena el esfuerzo. Y corrí otras maratones de Madrid, corrí San Sebastián, Toral de los Vados, Marrakech,…

Empecé a correr la Maratón de Boston, cuando el año pasado, casi sin haberlo planificado, acabé la Maratón de Oporto en 3h 30m 33s. AL día siguiente mandé mi ‘qualifying time’ a Boston, y unos días después, me confirmaron por correo electrónico, ¡que estaba admitido!. Y en menos de dos semanas, lo que fue una notificación por correo se convirtió en una carta en papel (que conservaré como conservo mis títulos académicos).

Quedan 20 días, y ayer recibí otro sobre de Boston. Con toda la información práctica que uno pueda imaginar, consejos, indicaciones,… Cómo debo de hidratarme (hasta de qué color tiene que ser mi pis para que yo sepa que estoy bien hidratado...), en qué puntos de la carrera puede hacer frío porque hay un viento especial,...Me han confirmado que salgo en la primera oleada (¡la salida se da en dos oleadas con media hora de diferencia!). Me indican desde que ‘corral’ salgo…. En 20 días, salvo que ocurra alguna desgracia, estaré en la línea de salida de la Maratón Popular más antigua del Mundo, la de más prestigio,… Será mi maratón número 12. Mi primera Major. Y todavía hay personas que preguntan qué se me ha perdido en Boston.

Ya tengo mariposas en el estómago.

domingo, 28 de marzo de 2010

Media Maratón Ciudad Universitaria (2010)

A tres semanas de la Maratón de Boston, una Media Maratón es un buen ensayo de cara a la gran cita. Hoy, ese ensayo ha sido la media de la Ciudad Universitaria. Circuito un poco nuevo para conseguir la distancia homologada de 21.098 m. Nos han quitado la cuesta que subía al Faro de Moncloa, pero a cambio hay un par de nuevos falsos llanos ligeramente ascendentes. La media es una rompepiernas con final en cuesta arriba. Es una media que se corre sobre un circuito al que hay que dar tres vueltas. Mentalmente es un poco exigente y a mí la segunda vuelta me parece terrible (para la primera llevas fuerzas y en la última te vas diciendo “esta cuesta ya no tengo que volver a subirla” y vas descontando…).
Quedé a las 9.00 con mis compañeros de entrenamiento (Jose y Carlos). El día perfecto para correr (un poc frío, pero seco). Su objetivo es bajar de 1h 30m y me animan a que les acompañe (eso serían cinco minutos por debajo de mi MMP). Me insisten, pero después de la experiencia con la Intercampus, decido hacer caso a la cabeza e ir a mi ritmo. He sufrido mucho, pero al final 1h 32m 04s (más de tres minutos por debajo de mi mejor media). Carlos y Jose bajaron de 1h 30m, que era su objetivo. Bueno, podemos decir que estamos finos…

domingo, 21 de marzo de 2010

Intercampus, algo más que una carrera


Amaneció lluvioso y parecía que iba a diluviar durante la carrera. Afortunadamente un rato antes de empezár amainó, y se quedó una mañana perfecta para correr. Hoy era una ‘Intercampus’ un poco especial. Hoy se destinaba el beneficio de la carrera a un fin solidario con el que me siento implicado: el James Moiben Education Centre. A las 8 recogí a Moiben en la estación de Atocha y nos fuimos hacia el Campus de Getafe de la UC3M (allí llegaba la carrera, y allí dejamos el coche). Tomamos un autobús de la organización para llegar al Campus de Leganés. Calenté con James Moiben y un amigo suyo (Teo), mejicano, que también entrena en Guadalajara. La organización, perfecta.
Arrancó la carrera a la hora prevista. Cometí la imprudencia de salir al ritmo de mis compañeros de entrenamiento Carlos y Jose. Fue un error, ya que en menos de un kilómetro estaba muy desfondado. Obviamente bajé el ritmo y poco a poco recuperé la velocidad que debí tomar desde el inicio de la carrera. Sufrí, pero lo achaqué durante todo el camino a mi exceso de empeño del comienzo de la carrera. Hacia el km 7 me pasó mi amigo Juan Luis; intenté ponerme a rueda, pero no pude. Con todo, llegué a meta en 42m 50s, que es mi mejor tiempo en 10 km. No está mal, pero me quedó un regusto un poco amargo por llegar tan al límite.
Al llegar me enteré de que Moiben había sido segundo. Ya en meta pudimos saludar al Rector y otras autoridades y en el acto de entrega de trofeos se le hizo entrega simbólica del cheque de 5000 euros para el James Moiben Education Centre. MI compañero de entrenamiento Carlos, quedó segundo en la categoría de profesorado. MI amiga y compañera, Berta, estaba en meta con su hija pequeña, que me obsequió con un beso y un bollo. AL final ha sido un gran día de carreras.

Propaganda de la carrera intercampus desde la Universidad
Acceso a video

Maratones que he corrido

  • Maratón de Madrid: 2004 (3h 58m), 2005(3h 56m 42s), 2006(4h 15m 34s), 2007 (4h 06m 49s), 2009 (3h 40m 20s), 2012 (3h 19m 36s), 2013 (3h 13m 59s), 2014 (3h 40m 58s), 2015 (3h 19m 33s), 2017 (3h 58m 12s), 2018 (3h 45m 4s), 2019 (4h 6m), 2021 (4h 11m 56s), 2022 (4h 8m), 2023 (4h 11m 51s)
  • Maratón de Donosti: 2007 (4h 4m 52s), 2017 (3h 38m 40s)
  • Maratón de Toral de los Vados: 2008 (4h 11 m 16s)
  • Maratón de Marrakech: 2009 (3h 58m 4s)
  • Maratón de Oporto: 2009 (3h 30m 34s)
  • Maratón de Zaragoza: 2009 (3h 56m 32s)
  • Maratón de Sevilla: 2010 (3h 47m 27s), 2019 (3h 50m 13s)
  • Maratón de Boston: 2010 (3h 29m)
  • Maratón de Nueva York: 2010 (3h 28m 38s), 2019 (3h 55m 38s)
  • Maratón de Málaga: 2010 (3h 52m 16s)
  • Maratón de París: 2011 (3h 29m 43s)
  • Maratón de Berlín: 2011 (3h 23m 28s), 2022 (4h 5m 40s)
  • Maratón de Castellón: 2011 (3h 20m 14s)
  • Maratón Misteriosa (Tres Casas, Segovia), 2013 (3h 54m)
  • Maratón de Chicago: 2013 (3h 25m 37s)
  • Maratón de Londres: 2014 (3h 27m 58s), 2016 (4h 1m 18s)
  • Maratón de Amsterdam: 2014 (3h 28m 6s)
  • Maratón de Lisboa: 2015 (3h 34m 56s)
  • Maratón de Valencia: 2016 (3h 40m 32s)
  • Maratón de Tokio: 2017 (3h 39m 38s)
  • Maratón nocturna de Bilbao: 2018 (3h 44m 32s)
  • Maratón de Valdebebas: 2020 (4h 01m 49s), 2021 (4h 20 min.)
  • Maratón de Polvoranca: 2021 (4h 39m 25s)

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