El Corredor alzó la vista hasta lo más lejos del horizonte,
y decidió que quería correr hasta un punto iluminado que había al otro extremo
del valle. Ese sería su objetivo, aun sabiendo que la distancia era mucha y el
camino incierto, ya que habría de sortear varios montes, vertientes, collados y
otros obstáculos que desde esa posición no era fácil adivinar. Pero el corredor
es joven y de objetivos ambiciosos y con la ilusión del que empieza una
carrera, cuando los kilómetros que esperan por delante son muchos, pero las
fuerzas están intactas y las piernas fuertes.
El Corredor empieza a avanzar con ímpetu, con esa luz en la
mirada que refleja la ambición de llegar a donde se proponga, con una zancada
fácil y un ritmo vivo. En su avance empieza a encontrarse con otros corredores
que van en su misma dirección, pero a ritmos mucho más cansinos, y sin un
objetivo claro. El aura del corredor y la ilusión de su mirada invitan a muchos
de esos corredores a querer unirse a su carrera. “¿Podemos correr contigo?”, le
preguntaban algunos, y el Corredor, generoso con todos siempre contestaba lo
mismo “Corro en esa dirección, si quieres sumarte a mi objetivo y contribuir
con tu esfuerzo a llegar hasta allí, eres bienvenido”.
Y poco a poco el Corredor se encontró liderando un amplio número
de corredores que, antes de unirse al grupo no tenían ni objetivo ni motivo
claro para correr. Y además el Corredor, a medida que pasan los kilómetros,
se preocupa de todos y cada uno, indicándoles cómo pueden mejorar su
rendimiento, cómo afrontar las dificultades del camino, cómo sortear los
obstáculos. A veces, a los lados del camino había corredores desorientados,
pero con un buen aspecto, y el Corredor también les invitaba a sumarse al
grupo.
Y así el grupo iba creciendo. Y no todos contribuían de
igual forma en el esfuerzo de avanzar hacia el objetivo. Algunos se mantenían
siempre a resguardo de las inclemencias, salvo cuando había que hacerse visible
al público que a veces contemplaba la carrera. De pronto pasaban a la parte
delantera para dejarse ver, y una vez desaparecía el público, volvían a
resguardarse en el seno del grupo. Otros, sencillamente se dejaban llevar. El Corredor
procuraba motivar a todos, pero no es suficiente para que algunos no puedan
seguir el ritmo y vayan quedándose atrás.
Después de muchos kilómetros, y viendo que el Corredor en
algunos momentos parece fatigado, algunos deciden abandonar el grupo, con la idea
de encontrar otros caminos para llegar al final del valle. El Corredor siempre
trata de evitar la división, pero en esos grupos siempre hay alguien que se
cree capaz de liderar y de correr más rápido. En alguna de esas salidas de
unidades del grupo, incluso tratan de hacer caer al Corredor, pensando que así
el camino será más franco sin tener que compartirlo. Pero el Corredor siempre
sabe levantarse y con el paso de los kilómetros, los que se van sumando al
grupo compensan a los que se van.
Y van cayendo los kilómetros. A veces, detrás de un recodo,
algunos de los que se fueron y trataron de atajar por caminos secundarios,
aparecen exhaustos en un arcén y el grupo del Corredor les vuelve a pasar. Los kilómetros
y kilómetros recorridos hacen que la convivencia en el grupo se vaya tornado
compleja. No todos contribuyen igual en el esfuerzo y muchos cuestionan el
liderazgo del Corredor. Y ocurre que al llegar a una bifurcación importante, la
gran mayoría opta por seguir otro camino y abandonar al Corredor. La meta
parece más cercana y ya han aprendido todo lo que hace falta para correr de
forma óptima ¿para qué le necesitan?
El Corredor les ve alejarse en el horizonte por una senda
alternativa, y comprueba con tristeza como el grupo se va desmoronando con el correr
de los kilómetros. Sin el liderazgo del Corredor, el grupo de deshace como un
azucarillo en una taza de café caliente. Del grupo que él creo con tanto
esfuerzo y con el que corrió juntos tantos kilómetros, ya no queda nada. Y mira a su
alrededor y se encuentra apenas un viejo corredor que le viene acompañando casi
desde el principio de la carrera. Y el Corredor mantiene la ilusión. “Empecé
solo, y ahora, al menos tengo un compañero”. Pero ese compañero, quién él
pensaba era su último y fiel compañero, poco a poco, kilómetro a kilómetro,
también va tomando un rumbo distinto. “Correr es duro, y al final cada cual
tiene sus propios objetivos”, piensa el Corredor. “Quise hacerme la ilusión de
que éramos amigos, más allá de la carrera, pero al final, solo está la carrera”.
El Corredor está solo. Ya no corre con la misma energía,
pero la experiencia de tan largo camino, con tantas dificultades, le ayuda a mantener el ritmo. Después
de tantos kilómetros, empiezan a doler las piernas, pero la cabeza le empuja a
seguir hacia delante, a intentar llegar a la meta. No quiere mirar atrás, pero
a veces el recuerdo de las horas pasadas con todos aquellos que recogió y que
luego le dejaron, le inundan los ojos de lágrimas. Sigue corriendo, y aun tiene
la esperanza de que al volver un recodo, allí estarán esperándole para
arroparle hasta el final. Pero también sabe que conseguirá llegar, aunque sea
solo, porque cayó muchas veces y siempre pudo y supo levantarse. Es la soledad del corredor de fondo.
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