sábado, 17 de diciembre de 2016

La soledad del corredor de fondo

El Corredor alzó la vista hasta lo más lejos del horizonte, y decidió que quería correr hasta un punto iluminado que había al otro extremo del valle. Ese sería su objetivo, aun sabiendo que la distancia era mucha y el camino incierto, ya que habría de sortear varios montes, vertientes, collados y otros obstáculos que desde esa posición no era fácil adivinar. Pero el corredor es joven y de objetivos ambiciosos y con la ilusión del que empieza una carrera, cuando  los kilómetros que esperan por delante son muchos, pero las fuerzas están intactas y las piernas fuertes.
El Corredor empieza a avanzar con ímpetu, con esa luz en la mirada que refleja la ambición de llegar a donde se proponga, con una zancada fácil y un ritmo vivo. En su avance empieza a encontrarse con otros corredores que van en su misma dirección, pero a ritmos mucho más cansinos, y sin un objetivo claro. El aura del corredor y la ilusión de su mirada invitan a muchos de esos corredores a querer unirse a su carrera. “¿Podemos correr contigo?”, le preguntaban algunos, y el Corredor, generoso con todos siempre contestaba lo mismo “Corro en esa dirección, si quieres sumarte a mi objetivo y contribuir con tu esfuerzo a llegar hasta allí, eres bienvenido”.
Y poco a poco el Corredor se encontró liderando un amplio número de corredores que, antes de unirse al grupo no tenían ni objetivo ni motivo claro para correr. Y además el Corredor, a medida que pasan los kilómetros, se preocupa de todos y cada uno, indicándoles cómo pueden mejorar su rendimiento, cómo afrontar las dificultades del camino, cómo sortear los obstáculos. A veces, a los lados del camino había corredores desorientados, pero con un buen aspecto, y el Corredor también les invitaba a sumarse al grupo.
Y así el grupo iba creciendo. Y no todos contribuían de igual forma en el esfuerzo de avanzar hacia el objetivo. Algunos se mantenían siempre a resguardo de las inclemencias, salvo cuando había que hacerse visible al público que a veces contemplaba la carrera. De pronto pasaban a la parte delantera para dejarse ver, y una vez desaparecía el público, volvían a resguardarse en el seno del grupo. Otros, sencillamente se dejaban llevar. El Corredor procuraba motivar a todos, pero no es suficiente para que algunos no puedan seguir el ritmo y vayan quedándose atrás.
Después de muchos kilómetros, y viendo que el Corredor en algunos momentos parece fatigado, algunos deciden abandonar el grupo, con la idea de encontrar otros caminos para llegar al final del valle. El Corredor siempre trata de evitar la división, pero en esos grupos siempre hay alguien que se cree capaz de liderar y de correr más rápido. En alguna de esas salidas de unidades del grupo, incluso tratan de hacer caer al Corredor, pensando que así el camino será más franco sin tener que compartirlo. Pero el Corredor siempre sabe levantarse y con el paso de los kilómetros, los que se van sumando al grupo compensan a los que se van.
Y van cayendo los kilómetros. A veces, detrás de un recodo, algunos de los que se fueron y trataron de atajar por caminos secundarios, aparecen exhaustos en un arcén y el grupo del Corredor les vuelve a pasar. Los kilómetros y kilómetros recorridos hacen que la convivencia en el grupo se vaya tornado compleja. No todos contribuyen igual en el esfuerzo y muchos cuestionan el liderazgo del Corredor. Y ocurre que al llegar a una bifurcación importante, la gran mayoría opta por seguir otro camino y abandonar al Corredor. La meta parece más cercana y ya han aprendido todo lo que hace falta para correr de forma óptima ¿para qué le necesitan?
El Corredor les ve alejarse en el horizonte por una senda alternativa, y comprueba con tristeza como el grupo se va desmoronando con el correr de los kilómetros. Sin el liderazgo del Corredor, el grupo de deshace como un azucarillo en una taza de café caliente. Del grupo que él creo con tanto esfuerzo y con el que corrió juntos tantos kilómetros, ya no queda nada. Y mira a su alrededor y se encuentra apenas un viejo corredor que le viene acompañando casi desde el principio de la carrera. Y el Corredor mantiene la ilusión. “Empecé solo, y ahora, al menos tengo un compañero”. Pero ese compañero, quién él pensaba era su último y fiel compañero, poco a poco, kilómetro a kilómetro, también va tomando un rumbo distinto. “Correr es duro, y al final cada cual tiene sus propios objetivos”, piensa el Corredor. “Quise hacerme la ilusión de que éramos amigos, más allá de la carrera, pero al final, solo está la carrera”.
El Corredor está solo. Ya no corre con la misma energía, pero la experiencia de tan largo camino, con tantas dificultades, le ayuda a mantener el ritmo. Después de tantos kilómetros, empiezan a doler las piernas, pero la cabeza le empuja a seguir hacia delante, a intentar llegar a la meta. No quiere mirar atrás, pero a veces el recuerdo de las horas pasadas con todos aquellos que recogió y que luego le dejaron, le inundan los ojos de lágrimas. Sigue corriendo, y aun tiene la esperanza de que al volver un recodo, allí estarán esperándole para arroparle hasta el final. Pero también sabe que conseguirá llegar, aunque sea solo, porque cayó muchas veces y siempre pudo y supo levantarse. Es la soledad del corredor de fondo.


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