martes, 27 de enero de 2009

Sensaciones después de una Maratón

En el mes de abril del año 2004, corrí por primera vez una Maratón, la de Madrid. Tenía 45 años, y para mí era la culminación de un reto personal planteado algunos años atrás, cuando un día vi pasar cerca de mi casa esa misma maratón. Era a la altura de Bravo Murillo y los corredores llevaban recorridos unos 6 kilómetros, que era la distancia máxima que yo me creía capaz de correr (salvo un par de veces en mi vida hasta ese momento que por motivos que no vienen al caso tuve que correr 8 km). Pensé: “¡vaya par de narices que hay que echarle: estos van a correr siete veces más de lo que yo soy capaz de correr!”. Y aquel día, sin decírselo a nadie, me planteé, que algún día, correría UNA Maratón.

Y llegó el Mapoma del 2003, después de mi primera media maratón, donde salí a acompañar a un amigo durante los kilómetros que iban desde la primera pasada cerca de Casa Mingo (aproximadamente el km 30) hasta la meta. Ese día me emocionó recibir los ánimos (inmerecidos) que fui recibiendo de mucha gente que pensaba que corría (cuando solo acompañaba). Ese día decidí que MAPOMA 2004 sería mi primera (y, en principio, última) maratón. La maratón que me había planteado correr en mi vida.

Y corrí Mapoma 2004, y cómo no, sufrí lo indecible los últimos 12 kilómetros. Y cuando llegué a meta, llorando de alegría, sentí una de las sensaciones más placenteras que nunca he experimentado en mi vida, mezcla de miles de sensaciones: orgullo, satisfacción, dolor, bienestar, emoción,… Y sentí la necesidad de volver a conseguir esa sensación, ese momento. Y decidí correr una segunda maratón. Y eso que tardé más de una semana en volver a andar con normalidad y un mes en volver a correr.

Han pasado casi cinco años y otras 6 maratones. La última, la de Marakech, la acabé el pasado domingo. Con sensaciones parecidas al acabar. Ayer ya sentía las ganas de volver a correr y hoy ya estoy pensando en cómo voy a preparar MAPOMA 2009, qué “medias” voy a correr, cuando haré tiradas un poco largas. Hoy, soy consciente de que aquel día de abril de 2004 que pasé por la meta de Recoletos, la maratón, como una serpiente venenosa, me picó, me hundió sus dientes y me inoculó el veneno de los 42195 metros. Creo que hoy la maratón, para mí, es mucho más que una carrera. Es una forma de vida.