miércoles, 19 de junio de 2019

Tunja, Boyacá, Colombia


Viajé a Colombia por primera vez en 1995, precisamente a Tunja, capital de Boyacá. Y descubrí un país imprescindible. Hoy, después de otros muchos viajes y ciudades colombianas, lo sigo pensando. Es posible que Colombia sea de los países del mundo al que más daño hacen los estereotipos, que desaparecen cuando uno lo conoce. Es un país de muchos contrastes, tanto en clima como en paisajes. Al estar cerca del Ecuador, no hay estaciones marcadas, por lo que casi todo el año hace la misma temperatura, que puede oscilar en muy pocos kilómetros, en función de la altura, desde los pocos grados de Tunja, a los más de treinta de Cartagena. En esta ocasión, vuelvo a Tunja a participar en un seminario de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
Plaza de Tunja

Tunja está casi a tres mil metros de altura y es la capital de Boyacá. Es esta una región poco conocida para el turismo internacional, siendo como es una auténtica joya. Con un paisaje verde y frondoso, en Boyacá se escribieron las páginas más gloriosas (desde el punto de vista criollo, aunque hubo gloria para todos) de la guerra de la independencia. Allí está el Puente de Boyacá, que recuerda  la victoria de los independentistas el 7 de agosto de 1819, en la conocida como batalla de Boyacá, con la que se consiguió la independencia de Colombia. Muy cerca está el pantano de Vargas, escenario de otra memorable batalla que se conmemora con un monumento dedicado a los lanceros que propiciaron la victoria. Pero en Boyacá hay parajes de enorme belleza, como el lago de Tota, con playas de arena blanca a 3000 metros de altura. Y pueblos preciosos, como Raquira, con sus tiendas de artesanía, Villa de Leyva y su arquitectura colonial que recuerda a tantos pueblos de España, o Paipa, con sus aguas termales. Boyacá también esconde una gastronomía importante (¡Ay, esas arepas boyacenses!) y, dicen ellos, el mejor clima del mundo. Si los colombianos son amables, acogedores y cálidos, los boyacenses no lo son menos, haciendo muy hospitalaria la visita de los foráneos. Al igual que Eldoret, en Kenia, es la meca de los corredores, Boyacá podría considerarse la meca de los ciclistas. Con bastante orografía montañosa, y semejante altura, es el lugar ideal para entrenar en bici.
Cerca de Raquira

Tunja es una ciudad con cuestas, como San Francisco (salvando las distancias). Es increíble que menos de 40 años después del descubrimiento de América, se fundara allí una ciudad (el rango de ciudad se lo concedió Carlos V casi inmediatamente) que en su día fuera capital de una de las mayores regiones del Reino de España en América. En Tunja se mantienen algunas de las casas coloniales más antiguas y mejor conservadas de toda América.
Pero vayamos al tema. Correr por Tunja no es fácil. Hay muchas cuestas y poco oxígeno. Tuve la suerte de que mi anfitriona académica, la profesora Sara Barroso, me hiciera de liebre durante unos kilómetros por una zona de la ciudad plana, por la que poder correr sin echar tanto en falta el oxígeno. Apenas uno trata de hacer algún esfuerzo, nota la falta de oxígeno. Eran las siete de la mañana y la temperatura perfecta (18 ºC).  Se nota, al respirar, que la bocanada de aire no te sacia. Y eso te provoca más cansancio. Trotamos durante casi una hora por la Avenida Universitaria por un recorrido prácticamente plano, hasta que llegamos a “Green Hils”, donde el camino empezó a coger pendiente. Y hasta allí llegamos, bastante exhaustos, cansados y sudando copiosamente pese a que el ambiente es bastante seco, y nos dimos la vuelta. Correr en altura es toda una experiencia y la pena es que no pudiera repetirla más días. Y fue un placer correr con Sara por su tierra boyacense. Dejé Colombia con más glóbulos rojos que me durarán un tiempo y algunos amigos más que lo serán para siempre.