martes, 31 de enero de 2012

El largo capítulo a Ziwa (capitulo 5/6: los entrenamientos en Kenia)


Siendo corredor de Maratones, no podía dejar pasar la oportunidad de salir a entrenar. Las condiciones del lugar son idílicas. Más de 1800 metros de altitud, ambiente freso y seco al amanecer y al anochecer, caminos de tierra arcillosa, blanda y elástica. Rutas de paisajes preciosos, más parecidos a la montaña española que a lo que imaginamos de Kenia, pero totalmente planas. ¿Qué más se puede pedir? Pues sí, yo he tenido mucho más. He tenido de libre de lujo (pace maker, como dicen ellos) a Philip Kiptoo, corredor de élite (y sobrino de Moiben). Cuando veníamos en el avión le dije “¿y tú cuando sales a entrenar?” La respuesta fue “a las 6, antes de que salga el sol, para evitar el calor”. Sin yo decir nada, rápidamente se ofreció a salir conmigo. Pero claro, ¿a qué ritmo? Yo no soy capaz de correr ni siquiera un kilómetro a los ritmos que ellos entrenan. “Por supuesto al tuyo” me tranquilizó enseguida. Y luego, con esa gran sonrisa que les caracteriza: “Bueno, mañana saldremos a las 7, jajaja”.

 

Y allí estaba yo a las 7 para hacer unos km (que luego fueron casi 14) por la tierra de los campeones. Kilómetros en los que mi liebre de lujo, siempre se mantenía media zancada por detrás para no presionarme, sabedor que correr en altura tiene algunos inconvenientes al principio. Y si que noté la altura, especialmente al final donde te sientes mucho más cansado yendo a un ritmo inferior al habitual al nivel del mar. Pero orgulloso por el entorno, la compañía, el momento un poco mágico. Durante el camino nos cruzamos con muchas personas andando por los caminos para dirigirse al trabajo, al colegio. Comprobé el mito de los niños que tienen que desplazarse kilómetros para ir al colegio y durante un rato, algunos niños de menos de diez años compartieron carrera con nosotros. Al final del entrenamiento (que empezamos con un poco de frío), entre el cansancio (aumentado por la altitud) y el sol que ya apretaba, llegamos de vuelta a casa totalmente empapados (bueno, yo volví empapado; Philip parecía fresco como una lechuga).


Al día siguiente, para evitar el calor, yo mismo propuse salir a las seis y media. Hicimos un circuito distinto. También precioso. Corriendo vimos amanecer.
Por la tarde Philip nos invitó a conocer su casa y su familia. Cumpliendo con el ritual de la hospitalidad Keniana, su mujer nos sirvió un té (al estilo de Kenia, con leche) y unos trozos de pan. Después bendijo la mesa y nos abandonó para que los hombres pudiéramos hablar. Allí nos contó que el pozo se lo debe a una carrera. Que la habitación donde estábamos estaba en la parte francesa de su terreno (lo compró con lo que ganó en una carrera en Francia), mientras que el resto de la casa estaba sobre terreno español (comprado con victorias en España). Cuando muchas veces corredores populares españoles trivializan las participaciones de Keniatas en nuestras carreras, posiblemente nunca imagen lo importante que son en su vida y su futuro, y hasta qué punto un segundo o tercer puesto frente a una victoria puede suponer un cambio importante en la vida de su familia allá en Kenia (a lo mejor la diferencia de tener agua o luz eléctrica en su casa). Cada vez que corren, se están jugando mucho más que un puesto en la clasificación.

 Todo un honor haber corrido con Philip .