miércoles, 1 de febrero de 2012

El largo camino a Ziwa (capítulo 6/6: otras visiones de Kenia)

Después de unos pocos días conviviendo con los niños del Colegio James Moiben, y con su familia (que no solo son sus parientes, sino todos los viven acogidos en su casa, llevada de forma magistral por una “gobernanta” llamada Sarah, que se encarga de todo y de todos) no solo hemos aprendido mucho de cómo enfocar nuestra vida, sino también hemos encontrado cosas que nos han sorprendido de Kenia y los Keniatas.
Sarah

Ya he comentado la impresión que producen. Siempre saludan dando la mano, tanto hombres y mujeres (aquí nadie se besa y menos se besa a una mujer). En señal de respeto, con la mano izquierda apoyan el brazo derecho al dar la mano con una pequeña inclinación. Los amigos se dan tres apretones, el de en medio cogiéndose los pulgares, como hacemos en España “entre coleguitas”.

La hospitalidad Keniata se demuestra ofreciendo una taza de té al estilo Kenia (no se toma café). Esto es con leche, por supuesto “entera” recién ordeñada de la vaca que anda por ahí, y con azúcar. He bebido más leche en estos días que en un mes. Porque la hospitalidad no se queda en una sola taza (normalmente tamaño jarra), sino que después te la rellenan. De pronto te das cuenta que la leche de verdad era otra cosa distinta a lo que solemos beber. SI la familia es “rica”, la leche viene acompañada de Andazi (una mezcla de agua y harina, amasada y frita, que recuerda mucho a nuestros churros).
No se ven muchos Keniatas gordos o con sobrepeso. Claro. Los pocos gordos que hemos visto eran “gente pudiente” y por tanto algo sobrealimentados de Andazi. La alimentación básica es el Ugali (maíz con agua evaporada) y Sukuma, mezcla de verduras picada. Rara vez se mata un “valioso” animal que aporte proteínas (si acaso, de vez en cuando un pollo). La falta de proteínas en la dieta se compensa con leche.


Después de dos días en la casa de Moiben, Sarah se nos acerca inquistiva: “la ropa”. “¿Cómo que la ropa?” contestamos intrigados. “Si, que se quiten la ropa y me la den para lavarla”. Nosotros, que no queremos molestar, le dijimos que no era necesario, que ya la lavaríamos al volver a España. Al ver su mirada seria y casi diría que amenazadora, nos fuimos de inmediato a quitarnos la ropa. “En Kenia lavamos la ropa de nuestros huéspedes” se quedó diciendo.  Al día siguiente, después de dos días saliendo a correr por esos caminos de tierra, mis zapatillas de correr estaban de color marrón. Yo quería volver a España con mis zapatillas sucias para presumir con mis colegas de entrenamiento “esto es polvo de los caminos de Ziwa por los que entrenan los mejores del mundo”, me veía diciéndoles. Sarah las encontró y después de lo ocurrido el día anterior, aunque vino respetuosa a pedirme permiso para lavarlas, ni se me ocurrió negárselo.

Sarah, la gobernanta de la casa, y responsable de todo en ausencia de Moiben (y presiento que también cuando está Moiben), nos trató siempre con educación y deferencia. Un trato exquisito e increíblemente  protocolario desde el punto de vista occidental. Siempre se preocupó de que no nos faltara nada y siempre nos acompañó a desayunar o comer o cenar (cuando lo hicimos allí). Sarah sería una perfecta mayordoma en cualquier mansión europea. No es nada fácil contentar a tanta gente (incluyendo invitados) con tan pocos recursos.

No hemos visto a nadie fumando. Y conducen por la izquierda.

Nos llevamos (Antonio y yo) mil imágenes inolvidables. Seguramente la más impresionante la de los niños Keniatas, con esos ojos tan negros, tan profundos. Y tan alegres al tiempo. Tres días después de llegar al colegio, se reunieron otra vez en un aula, por la noche, para despedirnos. Cantaron, rezaron y nos dedicaron algunas palabras de despedida. Nos dijeron que esperan nuestra ayuda, que confían en nosotros. Que quieren que volvamos. Nunca lo olvidaremos.